La Unidad Curricular Economía y Género de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) organizó la charla abierta Transformación de la matriz productiva en Uruguay: aportes desde la perspectiva de género. Sirvió de instancia para intercambiar sobre el diseño de la Estrategia Nacional de Desarrollo Uruguay 2050, elaborada por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), que definió la transformación productiva como uno de los ejes temáticos clave para pensar el desarrollo y la perspectiva de género como eje temático transversal.
En esta charla se compartieron las premisas, propuestas y desafíos que resultan del abordaje con especialistas que participaron en el proceso: Fernando Isabella, director de Planificación de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) y Soledad Salvador, representante del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIEDUR). La economista Alma Espino, representante de CIEDUR y docente de FCEA, realizó algunos comentarios finales.
Esta charla contó con el apoyo del Departamento de Economía, de la Unidad Académica de Historia y Desarrollo y del Comité de Calidad con Equidad de Género de FCEA.
Fernando Isabella de OPP explicó que la Estrategia Nacional de Desarrollo es un conjunto de trabajos prospectivos con mirada de futuro. En este proceso de trabajo, dijo, “hubo un cambio dado que el tema género fue pensado inicialmente como un tema transversal ya que es necesario remover algunos obstáculos que tienen que ver con las relaciones de género”. Pero ahora, luego del intercambio con organizaciones “decidimos que sea un pilar en sí mismo para lograr ciertas transformaciones”.
Isabella explicó que diferentes factores han incidido en los cambios demográficos a lo largo del tiempo, como el acceso a la medicina, la emigración e inmigración, la caída de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida, entre otros.
Según estudios, la población total de Uruguay a 2050 va a estar en un rango muy estrecho entre la población actual y los cuatro millones, pero va a ser una población mucho más envejecida.
“Lo que está detrás de estos cambios es un cambio cultural profundo muy asociado a cambios en las relaciones de género que se explica con la ampliación de los horizontes de realización personal de las mujeres. Las familias de ocho hijos que eran muy frecuentes a principios de siglo, no son tan frecuentes ahora porque atrás de eso habían mujeres que sacrificaban sus derechos a estudiar y trabajar”, indicó.
También hay cambios con respecto a la cantidad de personas dispuestas a trabajar que ha aumentado mucho en los últimos 30 años a fuerza exclusivamente de las mujeres: “el crecimiento de tasa de actividad femenina explica un tercio del crecimiento económico a lo largo de las décadas. La tasa de actividad femenina aumentó a más de 15% en los últimos 30 años pero aún está por debajo de la masculina”, explicó el representante de OPP.
Sin embargo, la demografía jugará en contra a la participación laboral en las próximas décadas. Es necesario que exista espacio para la acción de políticas públicas que suavicen esas tendencias y permitan que, al menos por un plazo de 30 años, no se produzcan caídas dramáticas en los niveles de actividad laboral. Además de promover la participación laboral femenina y el rol que juegue el sistema de cuidados y la corresponsabilidad para la redistribución del trabajo no remunerado, también será necesario seguir incrementando la cobertura de la educación inicial, así como mejorar los niveles educativos de la población. A largo plazo, la única respuesta consistente es el incremento de la productividad laboral.
Con respecto a la educación, “en Uruguay las mujeres presentan mayores logros educativos que los hombres en todos los niveles, más del 60% de los egresos en carreras de grado de la universidad son mujeres pero tienen mayores dificultades para insertarse en el mercado de trabajo. Por eso decimos que hay talento desaprovechado”, señaló Isabella y agregó que “hay una segregación enorme a nivel educativo, mientras que el 80% de las mujeres egresan de carreras de las áreas sociales y ciencias de la salud, en las áreas científicas y tecnologías es solamente el 12%, siendo más del doble el porcentaje de los varones que egresan en estas áreas". Además “en las carreras científicas y tecnológicas juegan un papel relevante en este momento a nivel productivo y las mujeres se están insertando en sectores productivos de baja productividad”.
En referencia a cómo avanzar, es necesario “lograr avances en términos de género económico-laboral, lograr el empoderamiento económico y suprimir algunas trabas que le permitan a las mujeres acceder a cargos de mayor responsabilidad. Y por otro lado, es necesario trabajar sobre el eje socio cultural que refiere a las representaciones sociales de género, es decir, qué es lo que se espera socialmente que la mujer haga por el hecho de ser mujer”. Isabella subrayó que de alguna manera la explicación de “por qué las mujeres eligen las carreras vinculadas con lo social y la salud se debe a que refleja la división del trabajo tradicional: las mujeres cuidan, las mujeres enseñan y todo lo que es tecnología es algo más masculino”.
Según la Estrategia Nacional de Desarrollo “hay que avanzar en tres pilares: la transformación productiva sostenible y el desarrollo social. Para lograr esto es necesaria la transformación de los sistemas de género que implican el empoderamiento económico e integración laboral, la superación de la segregación educativa (más mujeres en las áreas científicas y tecnológicas), la superación de la segregación laboral (más mujeres en sectores de alta productividad) y la superación de la división sexual del trabajo (sistema de cuidados)”.
En tanto, Soledad Salvador, representante del CIEDUR, comenzó su presentación sosteniendo que “la igualdad de género es un factor clave para el desarrollo”.
Partió de la premisa de que “el sistema de género es estructurante de las desigualdades sociales y la heterogeneidad productiva que segmenta el mercado laboral y refuerza las desigualdades sociales y de género”. En este sentido, “para el cambio estructural es imperioso lograr la igualdad porque una sociedad más igualitaria distribuye mejor los frutos del crecimiento y hacia ahí es a donde vamos”.
Soledad Salvador indicó que desde la perspectiva del desarrollo humano, la equidad social y de género es una base fundamental del desarrollo económico y social, para que todas las personas sin distinción ni exclusión de ningún tipo puedan expandir sus capacidades y libertades. “Estos procesos se interconectan: la falta de dispositivos para resolver los cuidados en una inserción laboral estratificada. No hay dispositivos para resolver los temas de cuidados y no hay equidad entre los distintos estratos sociales para acceder”.
También explicó que la segregación ocupacional se superpone a la segmentación del mercado laboral donde se profundizan desigualdades (factores como la brecha salarial, el techo de cristal, la intermitencia laboral y los pisos pegajosos). “Ambos procesos impactan en la reproducción de otras desigualdades, se superponen pero responden a efectos distintos: hay ciertos sectores que acceden a ciertas oportunidades laborales y hay quienes solo acceden a otros puestos y no pueden acceder a determinados puestos laborales ni pueden acceder a los sistemas de cuidados y siguen reproduciendo la desigualdad de género, como en los estratos bajos. Esto responde a una discriminación y responde a estereotipos de género”.
La investigadora de CIEDUR sostuvo que “generalmente las mujeres que ingresan a los niveles de productividad alta y media son las más jóvenes, esto puede ser porque hay más mujeres que les interese estudiar temas tecnológicos o porque en las edades tempranas las mujeres no tienen hijos y tienen posibilidades de acceder a estas carreras. Hay sectores productivos que buscan determinada flexibilidad horaria y las mujeres no pueden tenerla por cuestiones familiares”.
Las mujeres representan el 44% de las personas ocupadas, pero solo el 32% de las personas están ocupadas en los complejos productivos más altos. “Los complejos productivos de mayor presencia femenina son turismo e industria creativa y encontramos cierta segregación de las mujeres porque también hay segregación ocupacional a la interna”. Indicó y agregó que “en el sector de economía digital las mujeres tienen mayores dificultades para ingresar”. En general, “en los complejos productivos trabajan mujeres más jóvenes y más educadas que sus pares varones. Las mujeres tienden a insertarse en empleos de oficina, administración y venta”.
Salvador explicó que “sólo el nivel educativo no resuelve los problemas de segregación y discriminación. Se cree que a medida que las mujeres tienen mayor nivel educativo las brechas de género se acortan, pero eso no es del todo así”. También agregó que “los puestos de trabajo femeninos en sectores de alta productividad están más amenazados por la automatización”.
Para Soledad Salvador “es imprescindible trabajar la igualdad de género junto con el desarrollo productivo, en términos generales pero también a nivel sectorial o de complejo productivo. Es importante que se entienda que el género no es una variable sino que es un eje que condiciona el desarrollo”.
Entiende que sería de interés profundizar en estudios sobre la organización del trabajo en estos complejos productivos, y a nivel sectorial en general, para conocer posibles dificultades de conciliación que limiten la inserción femenina. O también profundizar “en cuáles son los mecanismos de discriminación (basados en estereotipos, etc.) que limitan la participación de las mujeres (en los sectores tecnológicos priorizados para las políticas públicas) y en la inserción de las mujeres en las carreras científicas y tecnológicas que están bastante invisibilizadas. Por eso es importante poder mover esas estructuras, avanzar en esto y reflexionar”.
Para finalizar la charla, Alma Espino hizo algunos comentarios en referencia a los trabajos presentados por Fernando Isabella y Soledad Salvador.
Espino sostuvo la importancia que tiene considerar las relaciones de género: “los hombres y las mujeres tienen roles distintos y no son intercambiables, existen relaciones de poder y no tienen las mismas posición en la sociedad, no tienen las mismas libertades ni la misma capacidad de elección los hombres que las mujeres y, según las presentaciones de Fernando y Soledad, queda en evidencia que eso se refleja en la ubicación en el mercado laboral”.
Espino se cuestionó por qué se da esto y explicó que lo que determina que estas relaciones de género siguen siendo vigentes son las dimensiones culturales: simbólicas, políticas, prácticas e históricas. También incide el rol que juega el mercado, los costos que determinan para las mujeres el salir a trabajar y cuánto el Estado, en sus estrategias y en sus políticas, considera la perspectiva de género como un tema de justicia social y entiende que hace al desarrollo productivo, económico, social y humano.
“Las mujeres trabajamos en lugares distintos que los varones, trabajamos distinta cantidad de horas y por eso es necesario considerar que no es un proceso de elección entre el uso del tiempo o entre ahorrar y consumir, sino que se basa en procesos complejos que dependen de la estructura de la economía pero también de ordenamiento social y sistema de conflicto”.
Agregó que “las desigualdades de género no son un accidente del sistema económico sino que son parte de él, y muchas de las actividades y las ganancias se dan precisamente en base a estas desigualdades. Es importante comprender cuáles son los motivos por los cuales el mercado puede reproducir las desigualdades de género. Estas desigualdades también tienen que ver con las desigualdades del ciclo de vida y el envejecimiento”.
Espino citó a la economista feminista Alison Vásconez quien sostiene que “la educación formal incrementa la productividad”. Espino entiende que “la productividad no es observable y los ingresos y la demanda de empleo tienen sesgos de género”.
Además “la desigualdad educativa, si bien puede ser perjudicial para el crecimiento (se pierde el aporte de las mujeres con mayor nivel educativo), no garantiza mejores ingresos ni acceso a puestos de mayor productividad, y eso tiene que ver con la segregación educativa. Aunque estudiemos más, a veces estudiamos carreras que son menos valoradas desde el punto de vista económico que las que estudian los hombres”, indicó la investigadora.
“El cambio estructural es imperioso para lograr la igualdad”, señaló Espino, y presentó algunas propuestas: "es necesario pensar firmemente que fuera de los mercados también se generan recursos, es decir, los trabajos no remunerados que se realiza en los hogares también generan recursos. También el conflicto social no se reduce al conflicto capital- trabajo ya que existen relaciones sociales de poder también tan potentes, y por eso es necesario reflexionar sobre otros modelos teóricos que reflexionen más acorde a la economía integradora, esta economía invisible que no se mide. Por último es necesario evaluar el sistema económico según su impacto en el bienestar entendido de forma amplia, incluyendo más indicadores de desarrollo, y lograr involucrar otros valores y otras medidas de bienestar. Para esto es importante investigar desde un enfoque interdisciplinario".
“El empoderamiento económico es fundamental para resolver las desigualdades de género, pero no se trata de incluirnos a las mujeres en el mercado laboral a cualquier precio”, concluyó Alma Espino.