• Departamento de Economía

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CON SUMO AGRADO

-Martín Leites (IECON)

 

Los días 13, 14 y 15 de noviembre nos visitará Robert H Frank, un reconocido académico y profesor de Cornell (http://www.robert-h-frank.com/), quien ha hecho una serie de contribuciones muy relevantes dentro de la disciplina económica. En el marco de su visita a Uruguay presentará el libro "Success and Luck: Good Fortune and the Myth of Meritocracy", la obra más reciente de Frank, que forma parte de una amplia lista de libros algunos de los cuales han recibido notorios reconocimientos y han sido traducidos en más de 20 idiomas. Además, será el principal conferencista invitado en las Jornadas del Capítulo Uruguay de la Red de Desigualdad y Pobreza - NIP (enlace). Sus aportes a la disciplina económica han sido amplios y diversos y se destacan por haber contribuido a que la microeconomía logre un mayor dialogo con otras ciencias sociales, permitiendo un abordaje más realista y complejo de las decisiones económicas de las personas, con los enormes desafíos que esto implica. La presencia de un académico de este calibre en Uruguay siempre es una oportunidad para redescubrir nuevas aristas sobre su trabajo y motivar a aquellos que aún no lo han leído a que puedan tener su primer acercamiento. Escribo estas notas para invitarlos a que tengan en cuenta este evento en sus agendas y aprovechar esta oportunidad para repasar alguna de sus contribuciones, buscando aportar una perspectiva diferente sobre algunos fenómenos recientes de la economía uruguaya y contribuir a su mayor comprensión, o al menos su reflexión.

 

 ¿Qué hacemos los economistas?

Me hice muchas veces esta pregunta cuando era estudiante de grado y confieso que aún me la planteo. Cuando uno se recibe de economista, se debería de preparar para que familiares, amigos y no tan amigos le hagan una batería de preguntas: ¿cuáles son las previsiones del valor del dólar?, ¿la economía va a crecer? ¿qué va a pasar con los ingresos? ¿se viene la crisis, no?. La confianza y el prestigio ganado por nuestra profesión, en ocasiones exagerado, ha sentenciado a varias generaciones de economistas a estas incómodas preguntas. En estos párrafos me propongo abordar una pregunta menos frecuente, pero tal vez igual de relevante: ¿cómo afecta el incremento del consumo en el bienestar de las personas?. Parece claro que el dinamismo del consumo es un termómetro para medir o predecir el desempeño de una economía, basta con preguntarle a un chofer de taxi o al vendedor de una tienda como estuvo su día de trabajo. No obstante, en estas notas se propone abordar otro tema que consiste en revisar los distintos canales que ha explorado la disciplina económica para explicar los efectos del consumo en el bienestar de las personas. Al fin y al cabo, el crecimiento y el consumo son sólo medios (y no fines) para que podamos mejorar nuestro bienestar. Antes de avanzar quisiera realizar dos advertencias. La primera es que si bien presentaré varios argumentos, describiré en mayor detalle el planteado por Frank que sugiere que algunos tipos de consumo pueden no tener su correlato con mejoras en el bienestar de las personas.[1] La segunda es que este énfasis no desconoce que, además, existen otros vínculos relevantes que ha explorado la literatura, como por ejemplo la relación causal entre consumo y crecimiento, por demás controversial en contextos de mercados internos pequeños como el uruguayo.

 

Esta reflexión parece relevante, en un contexto donde los últimos 15 años han mostrado un período de crecimiento inédito para la historia del Uruguay, el cual ha sido acompañado por una importante expansión del consumo. De acuerdo a las estadísticas del Banco Central, entre 2016 y 2010, el gasto de consumo privado en términos reales aumentó un 22 %, y un 56% en relación al 2000. Para comprender el esfuerzo económico que requirió este crecimiento del consumo es útil tomar en cuenta la evolución del producto de Uruguay. De acuerdo a un trabajo de Rius y Román (2015), entre el 2000 y 2012, el cociente entre el consumo privado y el Producto Interno Bruto se ha reducido, desde el 77% al 69%. De hecho, el mismo trabajo muestra que en el contexto latinoamericano, Uruguay presenta una propensión a consumir promedio para su nivel de ingresos. Estos aumentos del consumo y del ingreso también tienen un correlato con las respuestas subjetivas de bienestar. De acuerdo a una encuesta desarrollada por el IECON (ELBU[2]), en 2011/12 el  17% y el 12% se declaraba muy conforme con su nivel de consumo y su situación económica respectivamente. La participación de estas respuestas se elevan al 29% y 20% en 2016/17. Estos cifras describen la evolución promedio, no considera cómo se distribuyó este crecimiento, ni permite explorar cuál fue su incidencia en el bienestar de las personas. Les propongo avanzar en esta discusión.

 

¿Cómo impacta este crecimiento del consumo en la calidad de vida de los uruguayos?

La primera intuición es que un mayor consumo tiene un efecto favorable en la calidad de vida, pues en general el acceso a consumo de determinados bienes se asocia con ganancias de bienestar. Pero además, el crecimiento del consumo tiene potenciales efectos derrame (impactos que van más allá de los beneficios del consumo individual), por ejemplo, si su dinamismo repercute en el reducido mercado interno generando efectos cascada en distintos sectores de la economía (por cierto, muy difíciles de medir). Los incrementos del consumo también pueden estar asociados a derrames a través de las economías de red. Por ejemplo, los retornos asociados al uso de ciertos dispositivos electrónicos o de las redes sociales, aumentan en la medida que crezca el número de usuarios (aunque puede existir un límite ante la saturación). Además este crecimiento del consumo, seguramente esté acompañado por un incremento del comercio y cambios en los gustos, lo cual contribuye a diversificar y ampliar la oferta. Para constatar este hecho, basta recorrer las góndolas de los supermercados, observar el surgimiento de tiendas especializadas o cómo incipientemente los menús de los servicios gastronómicos incorporan nuevas propuestas. Esto abre oportunidades para nuevos emprendimientos y también para que los uruguayos podamos disfrutar de nuevas experiencias. Finalmente, la amplitud de opciones y la disponibilidad de recursos ofrecen la oportunidad para que el consumo sea una expresión concreta de la libertad de elección (siempre y cuando lo permita nuestros ingresos).

 

Por distintas vías, algunas directas y otras más indirectas, los argumentos anteriores asocian al consumo individual con ganancias de bienestar. Sin embargo, encontramos algunos fundamentos que sugieren que está relación no es tan directa. Uno primero se basa en la diversidad humana y postula que los incrementos de consumo no tienen porqué tener una relación directa con el bienestar. El mismo consumo de determinado bien puede tener efectos muy distintos, en función de su destino, la salud de las personas, sus gustos, aspectos identitarios o culturales. Un segundo argumento se centra en los efectos negativos para el medio ambiente y la sostenibilidad de largo plazo de este nivel de consumo, estableciendo una contradicción entre las ganancias de bienestar de corto plazo y las potenciales pérdidas para las futuras generaciones.

 

Un tercer argumento y es el que me propongo desarrollar con mayor detalle, se basa en cómo afecta el crecimiento del consumo en el bienestar en contextos como el uruguayo, donde existen notorias desigualdades. Un primer elemento es que las decisiones de consumo se desarrollan en contextos sociales, por lo que la experiencia de las personas y su interacción con otros, afecta las decisiones de consumo. Estas decisiones no son aisladas, y por lo tanto se convierte en un aspecto relevante  la manera y el lugar en que se desarrollan las interacciones con otros. Esto afecta la formación de los gustos, el ordenamiento de preferencias y el relevamiento de información sobre las distintas alternativas de productos disponibles. Por otra parte, el acto de consumir tiene un valor simbólico, pues se vincula con aspectos de nuestra identidad, valores y creencias.[3] Finalmente, los distintos perfiles de consumo y en particular, algunos tipos de consumo, se pueden convertir en una señal de lo que las personas tienen y la posición que ocupan (o desean ocupar) en nuestra sociedad (Veblen, 1899).

 

Primero consumo, luego existo

Retomando algunas ideas que provienen desde la sociología, y que también fueron parte de las preocupaciones de economistas clásicos como Smith, Marx, Veblen y Duesenberry, el trabajo de Frank (1985) se concentra en analizar las consecuencias del consumo motivado por la búsqueda de mejores posiciones en la sociedad o la obtención de estatus. El autor señala que el consumo de algunos bienes tiene un efecto directo en el bienestar (por su valor intrínseco) y al mismo tiempo uno indirecto a través de la señal que envía al resto sobre lo que este consumidor es o hace. El primer componente es usual en todos los bienes, mientras que el segundo está asociado a los bienes posicionales y o visibles. En consecuencia el consumo de estos bienes tiene un efecto "adicional" en el bienestar, pues genera una señal que permite obtener ganancias (o pérdidas) de estatus. Un ejemplo tal vez ayuda a dar una intuición. El uso de anteojos de sol permiten prevenir el efecto de los rayos del sol cuando uno maneja (valor intrínseco), pero además, su consumo es visible por el resto. Las distintas gamas, diseños y marcas de este producto dan una señal al resto sobre lo que soy (o pretendo ser), lo que logré o lo que tengo. Algunos usarán sus lentes caros de diseño, mostrando que pudieron acceder a este modelo y no tuvieron a recurrir a una marca blanca o alguna copias de dudosa calidad (que no garantizan el cuidado de la vista y son pasibles de ser adquiridos en lugares por demás diversos). Es pertinente mencionar que el lugar donde realizamos la acción de comprar y consumir, también contribuye a la generación de estatus. Por ejemplo, en algunos contextos, podría tener mucho más valor comprar el mismo modelo de calzado en su tienda original,  en el mismo lugar donde compran los de "clase alta", y no en un saldo de una tienda de "outlet" en algún barrio de la periferia.

 

Un primer elemento es que el estatus es relevante, tal es así, que las personas están dispuestas a destinar recursos y sacrificar otros consumos para lograrlo. Existe una amplia evidencia que respalda la idea que cuando una persona decide sobre el consumo de algunos bienes tome en cuenta cuanto tienen los otros o lo que ellos pensarán sobre él a partir de dicha decisión. Por lo tanto, la búsqueda de estatus o mejores posiciones en la sociedad, es una de los motivos que explica cierto tipo de consumos. Por ejemplo, cuando un individuo elige qué auto comprar, considera su precio, sus prestaciones y su seguridad, entre otras cosas, pero también valora cómo la obtención de este bien lo posiciona o ordena dentro de su grupo de amigos, vecinos, colegas o la sociedad toda. Las personas desearían obtener estatus, el cual puede ser alcanzado por lograr altas posiciones en los niveles de consumo, pero también por tener una posición destacada en otras dimensiones. Por ejemplo, una persona puede ganar reconocimiento social a través de sus logros educativos o de haber participado en hazañas deportivas. Una segunda característica es que el estatus no es un producto que se puede comprar y vender, es decir no es comercializable en un mercado. Un tercer comentario es que existe menos acuerdo sobre cuál es la magnitud del efecto, aunque se espera que sea mayor en contextos donde los mercados estén menos desarrollados o las instituciones sean más débiles. Finalmente cabe destacar, que la intensidad de la búsqueda de estatus a través del consumo, es sensible a cuán desigual sea una sociedad. Para dar una intuición, pongamos un ejemplo extremo. Imaginemos que todas las personas usan un mismo modelo de antejos de sol (tipo aquel que usaba el reconocido argentino apodado la mosca). Tal vez uno podría dudar del buen gusto de este grupo personas, sin embargo, parece consistente pensar que en ese contexto disponer de ese bien ya no tendrá un efecto en el estatus dentro del grupo. Un hecho no menor, es qué pasa si uno de ese grupo pierde los anteojos. ¿Será señalizado por el resto?, ¿perderá su membrecía al grupo?, ¿se sentirá que le falta algo muy relevante que no le permite mirar al otro?.

 

Una vez aceptado que la búsqueda de estatus puede motivar parte de nuestras decisiones de consumo, cabe preguntarse si esto tiene alguna implicancia relevante para la economía. Existe un acuerdo en que el efecto del estatus en el consumo genera una externalidad negativa, es decir, un efecto no deseado en el resultado final. Esto significa que cuando una persona elige cuanto consumir busca el máximo bienestar para sí, sujeto a un conjunto de restricciones y sus gustos, sin considerar los efectos que esto pueda tener en los otros o en el bienestar general de la sociedad en la que vive. Observar que una vez que una persona decide cuanto consumir cambia su estatus y por definición también altera las posiciones de los demás. Una segunda consecuencia es que esta búsqueda de estatus o la  competencia por posiciones a través del consumo de determinados bienes tiene una implicancia negativa para el bienestar general. Es decir, la suma de todas las decisiones individuales que tomamos de forma independiente nos lleva a una situación que no es la mejor y existen otras distribuciones de consumo posibles donde algunos integrantes de esa sociedad podrían estar mejor, sin que desmejore la situación de nadie. La intuición que está por detrás es que todos se esfuerzan mucho en una carrera por lograr estatus y por más que corran se mantienen en  un mismo lugar, pero mucho más cansados.

  

Una segunda implicancia es que la búsqueda de estatus conduce a que los bienes posicionales se consuman por encima del nivel socialmente deseable, desalentando otros tipos de consumo que podrían mejorar el bienestar individual y colectivo. Por ejemplo, la búsqueda de estatus podría desplazar otros consumos con mayor retorno social e individual, vinculados a la salud, la educación, o el esparcimiento. Otro efecto es que podría reducir los niveles de ahorro individual, afectando las posibilidades futuras de realizar proyectos o realizar otros consumos. Otra cara de este problema, es el uso irracional de créditos al consumo, que tienen consecuencias relevantes para el endeudamiento de los hogares y su bienestar en el largo plazo.  En su nuevo libro Frank plantea otro ejemplo que es muy ilustrativo de cómo esta carrera puede erosionar la complementariedad entre la inversión pública y privada. Se pregunta qué es mejor para el bienestar individual (y agregado), si tener un auto muy lujoso en rutas intransitables, o un auto menos lujoso, en rutas seguras y de calidad. La búsqueda de estatus puede conducir a una situación donde las decisiones individuales conduzcan a esta primer solución paradójica, donde algunos tienen un auto que les reporta mucho estatus, pero no tienen carreteras donde utilizarlo.

Finalmente, si además consideramos que la carrera por estatus acelera el crecimiento del consumo, es de esperar que esto en el largo plazo tenga implicancias negativas en términos de bienestar a través de sus efectos nocivos en el medio ambiente.

 

¿Cómo opera el estatus en contextos de altas desigualdades?

La respuesta a esta interrogante depende de cómo la desigualdad afecta los estímulos por la búsqueda de estatus. No es trivial predecir si los incentivos por buscar estatus serán mayores en una sociedad donde las desigualdades son menores, que en contexto donde éstas son mayores. Frank en su último libro argumenta que la creciente desigualdad conduce a una mayor preocupación por el consumo de los otros y estimula el consumo posicional. Como ejemplos, pone como referencia el tamaño medio de las casas en EEUU o los gastos destinados a las fiestas o casamientos, que en ambos casos mostraron en EEUU un crecimiento muy superior al que experimentaron el ingreso medio de los hogares. El autor argumenta que los recursos destinados a este tipo de consumos podrían tener usos alternativos con un mayor efecto en el bienestar agregado.

 

Por otra parte, los resultados de algunas investigaciones empíricas sugieren que las personas que tienen mayores estímulos para invertir en bienes posicionales o visibles son aquellas que pertenecen a grupos minoritarios y desfavorecidos. En el trabajo de Charles et al (2009) realizado para EEUU concluyen que estos grupos están dispuestos a realizar mayores gastos en estatus para distinguirse de los más pobres y ser reconocidos como parte de los estratos sociales superiores. Sus resultados sugieren que en promedio, los grupos raciales minoritarios (latinos y afro descendientes) gastan más en bienes visibles que sus pares blancos con iguales características socioeconómicas. En consecuencia, estos grupos destinan menos recursos al ahorro, la educación o el gasto en salud. Un comentario que destacan los autores de este trabajo es que esta decisión no tiene nada de irracional, ni se basa en que esta población tenga gustos o preferencias atípicas. En promedio, las personas de estos grupos reaccionan cómo lo haría el resto si se enfrentara a una situación similar, es decir, si integraran un grupo minoritario en condiciones socioeconómicas desfavorecidas.

 

Algunos tipos de consumo en parte son explicados por mostrarnos diferentes a otros, marcar una distancia o explicitar una desigualdad. Este deseo, muchas veces se intensifica entre aquellas personas o grupos que experimentaron algún tipo de movilidad ascendente (o ansían ese ascenso social). Una señal del progreso individual es demostrar que consumo más que los que están detrás en esta carrera. De hecho, tal vez este tipo de comportamientos también puede tener un correlato  con cómo los uruguayos percibimos la pobreza y las políticas de transferencia. ¿Será que nos molesta que aquellos en situación de pobreza tengan el mismo modelo de celular que yo?. En la búsqueda de  respuestas deberíamos tener en cuenta que los colistas de la carrera, es decir los hogares que tienen menos recursos, al igual que el resto quieren acceder a estos consumos, perciben que resignar esta opción es reconocer que quedaran fuera. No son ellos individualmente los que eligen esta percepción, sino que es la sociedad como un todo que los conduce a jugar una carrera que por diferencias en el punto de partida no están en condiciones de jugar. Es decir, cuando se critica las pautas de consumo de aquellos de menores recursos se debería tener en cuenta que una parte de sus decisiones son explicadas por lo que los demás consumen y la sociedad demanda. Un argumento en sentido contrario, defiende las diferencias en el consumo en base a los méritos de cada uno. En su último libro Frank discute esta idea y sugiere que la misma está basada en algunas falsas premisas sobre la meritocracia, las cuales sobreestiman la importancia del esfuerzo y el talento individual para explicar los resultados que obtenemos y hacer sostenibles nuestras decisiones de consumo.

 

Estos argumentos dan lugar a al menos dos implicancias de política. La primera sugiere que los bienes cuyo consumo es altamente posicional deberían desalentarse, con el objetivo de mejorar el bienestar a nivel agregado. Un mecanismo podría ser mediante mayores impuestos, lo cual según Frank podría implicar ganancias de bienestar y al mismo tiempo, incrementar la capacidad del Estado para invertir en bienes públicos. Lo segundo, es pensar en políticas de largo plazo, que incluyan entre sus objetivos transformar las normas sociales y preferencias que nos guían como sociedad, por ejemplo, estimulando consumos amigables con el medio ambiente o ciertas preferencias sociales como el altruismo, la aversión a la desigualdad y la cooperación. Esta agenda es amplia y desafiante, entran áreas muy diversas, como la educación, la difusión de la información y el conocimiento, la utilización de los espacios públicos o las políticas de seguridad, entre otras.

 

Antes de finalizar quisiera destacar que estos argumentos no deberían llevarnos a concluir que el consumo o la búsqueda de estatus representan males irreparables para nuestra sociedad. Sería inadecuado, y por cierto reflejaría cierta miopía de quien escribe, desconocer las ventajas que traen algunos tipos de consumo para la mejora de la calidad de vida de la población. Por otra parte, la búsqueda de estatus en determinados contextos podría tener consecuencias socialmente deseables. Por ejemplo en una circunstancia donde la carrera por estatus traiga consigo nuevos descubrimientos o la generación de bienes públicos. Es decir, el objetivo de esta nota no es trasmitir una visión apocalíptica sino contribuir con otra perspectiva sobre cómo algunos tipos de consumo, en contextos donde existe desigualdad y pobreza, puede afectar al bienestar agregado.

Esta precisión no debería llevarnos a desconocer que algunos tipos de consumo y los lugares en los que consumimos, representan un componente de las desigualdades que se generan entre los uruguayos. Sin desconocer que el crecimiento es un medio importante, deberíamos preguntarnos más frecuentemente cómo este crecimiento es distribuido y cómo afecta nuestro bienestar. Reflexionar si cuando salimos del centro comercial, llenos de bolsas muy bonitas que ocupan lugar y se observan a la distancia, realmente estamos mejor o en realidad, esta sensación de satisfacción es efímera y simplemente nos volvimos a poner el calzado deportivo (siempre de marca) para comenzar a correr una carrera que nunca termina. Y cuando estemos en la pista, ya prontos para correr preguntarnos, si no nos olvidamos de cómo la está pasando el que tenemos a nuestro lado o el que nos mira desde lejos el número en la espalda.


[1]El tema del consumo posicional y la relevancia del estatus está presente en varios de sus trabajos, pero los desarrollo en mayor detalle en sus artículos de 1985 y 2005, en la revisión  de Frank y Heffetz presentada en el Handbook of Social Economic (2011) y en su libro “Choosing the Right Pond”.

       [2]Esta muestra  es representativa de hogares que envían a sus hijos a primer año de escuela pública en 2004, lo cual representa entre el 85-90% de la población de su corte. Por mayor  información técnica de la encuesta ver http://www.fcea.edu.uy/estudio-del-bienestar-multidimensional-en-uruguay.html

[3]El año pasado Ori Heffetz dio una exposición muy formativa sobre el consumo que se puede ver en:http://www.iecon.ccee.edu.uy/beyond-consumption-commodities-symbols-and-well-being/contenido/452/es/

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