--Cecilia Rodríguez
¿Por qué usamos menos pasta de dientes cuando el tubo está por vaciarse o de repente nos volvemos increíblemente productivos horas antes de una fecha límite? El economista Sendhil Mullainathan y el psicólogo Eldar Shafir buscan en este libro dar respuesta a esa y muchas otras preguntas que giran en torno al comportamiento humano en presencia de escasez. Ya sea de tiempo, dinero o cualquier otro factor crucial para el individuo, la escasez tiene efectos psicológicos que alteran la percepción, el control ejecutivo y las habilidades cognitivas de las personas, haciendo que se concentren casi obsesivamente en aquello que escasea, y descuidando todo lo que cae por fuera de esta preocupación. Esta es la premisa central que postulan los autores en lo que vendría a representar una teoría unificada de la escasez.
La escasez es un concepto clave para la ciencia económica. Es el disparador de cualquier problema y parte constitutiva del objeto de la disciplina, como su definición canónica determina: la economía es “la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos” (Robbins, 1932). La escasez es para la economía un punto de partida, que representa una realidad física o material dada, a partir de la que los individuos realizan un cálculo deliberado y sistemático para obtener el máximo provecho de los medios escasos. Este libro viene a patear el tablero en cuanto a estos supuestos. Para los autores, la escasez afecta las habilidades cognitivas de los individuos, nada más y nada menos que haciendo a las personas menos inteligentes, más proclives a los impulsos y orientándolas hacia el presente. De esta forma, la escasez se transforma de mera situación de partida para ser ante todo, un estado mental.
La escasez captura furtivamente nuestra atención: aquello que nos hace falta se adueña de nuestros cerebros. Este fenómeno es presentado por los autores como bendición y maldición a la vez. A la externalidad positiva de esta captura de la atención la llaman el “dividendo del enfoque”, haciendo referencia a esos aumentos en productividad de los que gozamos al estar concentrados en una única tarea. Por otro lado, la contracara de esta concentración es el “gravamen de la visión de túnel”: todo aquello que dejamos de considerar por estar demasiado concentrados. Enfocarnos en lo que escasea hace que descuidemos todo aquello que queda por fuera de nuestra preocupación central.
Pero la escasez no sólo tiene efecto sobre nuestras percepciones y actitudes, también impacta sobre las habilidades cognitivas. Los autores utilizan una metáfora muy gráfica para explicar el efecto sobre nuestra inteligencia fluida: bajo escasez, pedirle al cerebro que resuelva problemas es como pedírselo a una computadora en la que corren muchos programas a la vez. La mente pierde agilidad y capacidad computacional, así como capacidad de manejo de la información. Algo muy similar sucede con el efecto de la escasez sobre el control ejecutivo. Frente a escenarios de escasez, la visión de túnel dificulta enormemente el autocontrol. Es mucho menos probable que una mente capturada por la escasez pueda controlar sus impulsos sobre la dieta, sus modales y otro tipo de actividades que requieren de autorregulación.
El mensaje más desalentador, en cuanto a los hallazgos de los autores, es que la escasez tiene una gran capacidad para perpetuarse. No es que las personas no tengan las habilidades para darse cuenta que las ofertas de las casas de crédito no son convenientes, sino que la visión de túnel provocada por la escasez hace que estas soluciones cortoplacistas se vuelvan atractivas, generando así mayor endeudamiento en el largo plazo. Por el contrario, la abundancia genera lo que los autores llaman “holgura”: ese espacio de maniobra que permite no tener que tomar decisiones cuando sabemos que las tomamos de la peor forma. Esa holgura puede ser dinero sin un gasto específico asociado, tiempo libre en nuestras vidas, o cualquier otro elemento que nos permita darnos el lujo de no tener que elegir cuando nuestra mente se ve capturada por la escasez.
La diferencia entre un escenario y otro es análoga a la de empacar con una valija grande o pequeña. La persona de la valija grande puede darse el lujo de llevar un sinfín de cosas inútiles, mientras que la persona que empaca con una valija chica debe pensar cuidadosamente qué empacar. Por consiguiente, quienes viven en abundancia tenderán al despilfarro y pueden darse el lujo de cometer errores. En el caso de los que empacan con valija chica, estos errores cuestan mucho más caros, y se ven permanentemente obligados a realizar análisis de costo-beneficio, ya que para agregar un objeto a su valija, siempre estarán sacrificando otro.
Para un lector ansioso existe una pregunta que acompaña la lectura del libro de forma recurrente. Por más que la psicología de la escasez es común a diferentes tipos de escasez, esto no quiere decir que tenga las mismas consecuencias para cada caso. Mientras que algunas personas pueden abandonar proyectos para disponer de más tiempo, los pobres no deciden sobre su condición de pobreza. Los autores, que reconocen la falta de opción en ello, dedican una parte considerable de la última sección del libro a lo relativo a la psicología de la escasez en contextos de pobreza. La pobreza, en tanto escasez, afecta las habilidades cognitivas de los pobres, lo que resulta en peores desempeños en un sinfín de dimensiones, desde la productividad laboral hasta las prácticas de crianza.
Este nuevo enfoque tiene implicancias directas para el diseño de programas de superación de la pobreza. Son numerosos los ejemplos que mencionan los autores, pero el mensaje principal se resume en considerar que las personas pobres tienen un ancho de banda reducido debido a la escasez que enfrentan, y que es necesario contemplar esta realidad en el diseño de las políticas. En este sentido, los programas deberían apuntar justamente a liberar ancho de banda, en vez de sobrecargarlo. Por ejemplo, los programas que utilizan incentivos para fomentar la realización de diferentes acciones o conductas preferentes, deberían contemplar que estos premios pueden quedar por fuera de la visión de túnel de individuos que poseen un ancho de banda reducido en un contexto de escasez. Es sabido que las personas de menores ingresos también presentan mayor volatilidad en sus ingresos, lo que los fuerza a la situación de tener que hacer malabares para afrontar sus gastos. Seguros o instrumentos financieros que les permitieran amortizar estas fluctuaciones podrían ayudar a la holgura financiera del hogar, reduciendo la posibilidad de cometer “errores” en períodos de abundancia.
Este enfoque particular de la pobreza entendida como limitación a las habilidades cognitivas a partir de la escasez material es la gran fortaleza de este libro. Esta idea podría a priori irritar al lector ya que se puede entender como una liviandad, pero en realidad transmite un mensaje profundo que puede llegar a convencer a muchos escépticos, y es que todos actuaríamos de forma similar en contextos de pobreza. No es que los pobres son pobres porque no tienen autocontrol suficiente, sino que son más impulsivos justamente porque están bajo los efectos comportamentales de la escasez. Y así, se revierte la causalidad para todas las explicaciones individualistas que se han buscado para explicar la pobreza. Existe una posibilidad de que a través de la relación entre las limitaciones que genera la pobreza como una forma particular de la escasez, se puedan generar puentes de empatía para personas que suelen atribuir erróneamente a las personas pobres características personales que en realidad corresponden a la situación en la que se encuentran. Visto desde esta perspectiva, ahondar en la psicología de la escasez es imperativo para poder continuar profundizando en la comprensión del fenómeno de la pobreza y sus múltiples impactos.
Referencias
Robbins, Lionel (1932) “Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia económica”, The London School of Economics
Libro reseñado
Mullainathan, Sendil y Shafir, Eldar (2016) “Escasez. ¿Por qué tener poco significa tanto?”, Traducción de Roberto Reyes Mazzoni, Fondo de Cultura Económica: México D.F.