--Atilio Deana (PEDECIBA) y Lucía Pittaluga (IECON)
La respuesta de la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) a la pandemia de COVID-19 en Colombia, Costa Rica y Uruguay permite identificar lecciones para la implementación de las estrategias nacionales de bioeconomía respectivas. El análisis de los resultados de los tres estudios nacionales son presentados en un documento de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) cuya versión completa está disponible en este enlace. A continuación se presenta un resumen de algunos de los resultados hallados en el caso de Uruguay.
Introducción
Las condiciones previas o habilitantes, tanto del sistema de salud como del sistema de CTI, permitieron en Uruguay dar respuesta a la pandemia en forma adecuada de manera de mantener a raya la propagación masiva del virus SARS-CoV-2.
Con relación a los aportes desde la investigación, Uruguay tiene en comparación con otros países una base muy frágil, si bien el sistema de CTI está organizado y planificado. A nivel presupuestal, los sucesivos gobiernos luego de la dictadura no lograron posicionar a la CTI con los fondos suficientes para hacer crecer significativamente su inversión y posicionarla a nivel mundial. Esto último, pese a que desde la creación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) en 2008, la política de CTI ordenó las instituciones del sistema y desplegó una variedad de instrumentos dirigidos al fortalecimiento y orientación de la investigación científica y desarrollo tecnológico y al fomento de la innovación en el sector productivo. También se triplicó la inversión en CTI y se elaboró el primer Plan de Desarrollo de Ciencia, Tecnología e Innovación (PENCTI).
El largo plazo de la investigación biomédica
A pesar de la fragilidad del sistema de CTI, Uruguay posee una fuerte tradición en investigación biomédica. El Fundador del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (PEDECIBA), creado en 1986, fue un destacado médico neonatólogo, el Dr. Caldeyro Barcia.[1]Dicha fecha de creación puede ser considerada como el año base para los desarrollos de biotecnología biomédica en Uruguay.
No obstante, el área de investigación médica viene de más atrás, destacándose escuelas como la de neurociencias, obstetricia, neonatología e infectología entre otras, impulsadas desde la Facultad de Medicina (Fmed) de la Universidad de la República (UdelaR) y por la creación del Hospital de Clínicas universitario y del fortalecimiento de muchos hospitales públicos. La formación de profesionales en la Fmed, fundamentalmente en obstetricia y ginecología, han dado un enorme prestigio al país.
Por otro lado, el profesor Clemente Estable (1894-1976) fue un docente e investigador uruguayo especializado en el área de la biología celular y neurobiología. Creó el Instituto de Investigaciones Biológicas en Montevideo, que hoy lleva su nombre (el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable - IIBCE). La Escuela de Neurociencias uruguaya surge en la década de 1950, cuando Elio García-Austt y Eduardo Migliaro fundaron el primer Laboratorio de Neurofisiología en la Fmed.[2] Se unieron a esta escuela una serie de investigadores médicos que impulsaron esta área desde los años 1960 y 1970. Se destacan, por ejemplo, los grupos de investigación encabezados por Omar Trujillo, Washington Buño, Omar Macadar y Juan Antonio Roig.
La Escuela de Médicos Infectólogos, otra de las primeras escuelas médicas de Uruguay, se origina a raíz del surgimiento de enfermedades infecciosas transmisibles que se dieron a finales del siglo XIX en Uruguay (sífilis, difteria y tuberculosis). Los infectólogos pediatras pudieron disponer de pabellones de tratamientos en los Hospitales Pereira Rossell y Pedro Visca. En la década de los años 1960 los Prof. Federico Salveraglio y Tabaré M. Fischer, desarrollaron un núcleo académico y asistencial en el sector de internación del Instituto de Higiene de la Fmed. Surge en esos años también el posgrado en Infectología de la Fmed. La Infectología, y en especial el Instituto de Higiene, volvieron a tener relevancia a partir de 1983 con la epidemia del VIH-SIDA.
Con el retorno a la democracia en1985, regresaron del exilio muchos investigadores que crearon nuevas escuelas o fortalecieron las existentes. Por ejemplo, se creó la Escuela de Biología Molecular impulsada por el Dr. Ricardo Ehrlich en 1986 y de la Escuela de Inmunología catalizada por el Dr. Alberto Nieto también en el mismo año. Unos pocos años más adelante surge otra nueva escuela, la de los Virólogos, con el retorno de dos científicos que estaban realizando sus tesis doctorales en el extranjero (Drs. Juan Cristina y Juan Arbiza, ambos de la Universidad Autónoma de Madrid).
Estos diferentes desarrollos en formación e investigación generaron las condiciones para el surgimiento de las primeras generaciones de Doctores en Ciencias en Uruguay. Es esta generación de jóvenes doctores que salen del PEDECIBA en los años 1990-2000 los que forman la línea de base para las soluciones que Uruguay ha podido llevar adelante para luchar contra la pandemia de la COVID-19.
Los desarrollos biomédicos durante COVID-19
Uruguay logró producir en tiempos récord kits de diagnóstico molecular, kits serológicos y equipamiento médico, como son los respiradores y el material de protección médico. Asimismo, se desarrolló genómica específica para conocer cuáles son las mutaciones del SARS-CoV-2 presentes en Uruguay, y se participa en investigaciones académicas a nivel mundial, tanto para el desarrollo inicial de medicamentos para tratar la enfermedad COVID-19 como de vacunas para prevenirla.
Estos logros mostraron capacidades nacionales de CTI que no estaban visibles para la mayoría de los uruguayos. Por ejemplo, se logró crear una red de laboratorios públicos de diagnóstico en asociación estrecha entre el Ministerio de Salud Pública (MSP), la Administración de los Servicios de Salud del Estado, la Udelar y otras instituciones. Esta red, cuya trama de base ya se venía tejiendo desde la reforma de la salud en el año 2008, instaló capacidades de recursos humanos descentralizadas y equipamiento coordinado. Además, se está transformando en una Red más amplia de Vigilancia Sanitaria en general, para responder rápida y eficazmente a cualquier otro tipo de brote viral, enfermedades bacterianas para el ganado o para humanos, hasta parásitos unicelulares. Como primer paso hacia la nueva Red, se creó en el Institut Pasteur de Montevideo un nuevo Centro de Innovación en Vigilancia Epidemiológica bajo el paradigma de "una sola salud".
Otro ejemplo de fortalecimiento de capacidades radica en el hecho de que algunas autoridades regulatorias del Estado se han abierto a la adopción de nuevas tecnologías. Usualmente estas direcciones regulatorias utilizan tecnologías y metodologías cerradas, es decir compradas, por lo general, en el exterior, llave en mano. Durante la pandemia, la interacción con la academia logró permear en dichas estructuras la idea de propuestas y soluciones innovadoras que son optimizadas a través del conocimiento local (tecnologías abiertas sujetas a la optimización). Esta confianza en la academia se dió porque ésta respondió puntual y eficazmente ante la escasez de insumos de las tecnologías comerciales disponibles a nivel mundial.
Esta crisis demostró, sin duda, que hay capacidades ya instaladas en los laboratorios académicos de Uruguay, tanto en recursos humanos como capacidades tecnológicas (equipamiento y capacidad de laboratorios). Estas capacidades estaban distribuidas en diversas instituciones (públicas y privadas), por que lo hubo que generar una vinculación interinstitucional muy importante vinculando ingenieros de proteínas, médicos clínicos, inmunólogos, virólogos y de especialistas en transferencia de tecnología y registros de productos.
¿Hacia una soberanía tecnológica?
El relevamiento de los desarrollos técnicos locales que surgieron durante la pandemia realizado en el estudio de caso de Uruguay da cuenta de un hecho que se repite en cada caso: antes de la pandemia las soluciones tecnológicas en el sector sanitario eran importadas, y, ante la escasez a nivel mundial, se recurrió a soluciones locales. Esto estaría revelando la existencia de capacidades locales a las que antes no se acudía. Incluso podría estar señalando algunos márgenes de soberanía tecnológica inutilizados hasta la fecha, salvo por algunos hechos aislados en la historia tecnológica y productiva de Uruguay.[3]
La producción de vacunas es el área relacionada con la pandemia en la que Uruguay no ha podido contribuir sustancialmente. Las capacidades industriales de la industria farmacéutica nacional no comprende la producción de fármacos biológicos ni de vacunas. Es necesario profundizar en este aspecto ya que corresponde a un eslabón fundamental en la soberanía tecnológica, sino el más importante, que el país no pudo afrontar.
Queda la pregunta del título de esta nota abierta. Sin una contundente apuesta hacia la CTI nacional para aprovechar lo que se destapó durante la pandemia no será éste un punto de inflexión hacia una mayor soberanía tecnológica sino meramente una solución pasajera a la emergencia sanitaria.
[1] Beretta Curi A. (2006), Roberto Caldeyro Barcia. El mandato de una vocación. Ediciones TRILCE, Montevideo.
[2] Silva A. y Lamolle G. (coords.) (2019), Neurociencias en Uruguay, a través del relato de Ruben Budelli, Ediciones Fin de Siglo, Montevideo.
[3] la diaria, 5 de mayo, 2020, “Uruguay: investigación e innovación en tiempos de covid-19... y después”, Judtih Sutz.