--Maira Colacce*, Julia Córdoba**, Alejandra Marroig***, y Guillermo Sánchez*
(*) Instituto de Economía (Iecon), Universidad de la República
(**) Programa de Discapacidad y Calidad de Vida, Facultad de Psicología, Universidad de la República
(***) Instituto de Estadística, Universidad de la República
El cuidado de las personas dependientes ha ganado espacio en la agenda nacional e internacional en los últimos años. La temática viene impulsada por una serie de fenómenos locales y globales que ponen en jaque la sostenibilidad de los modelos de cuidado tradicionales, generalmente informales, basados en filiación familiar y recayendo desmedidamente sobre las mujeres. En este sentido, el envejecimiento de la población aumenta la demanda de cuidados, mientras que la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral y la articulación de una agenda política de reivindicaciones de igualdad de género interpelan la provisión tradicional de cuidados. A su vez, avances en el reconocimiento de derechos de niñas y niños, personas mayores, y personas con discapacidad han traído consigo nuevas caracterizaciones del cuidado y puesto en relieve su importancia para lograr vidas dignas para esta población.
Uruguay es el país más envejecido de Latinoamérica y el único que ha implementado políticas de cuidado a la población dependiente en el marco de un sistema nacional. Los cuidados ingresan en la agenda de gobierno del país desde la creación de un grupo de trabajo interinstitucional sobre esta temática en 2010. Siguieron la aprobación de la ley que crea el Sistema Nacional de Cuidados (SNC) en 2015, el Plan Nacional de Cuidados 2016 – 2020, y la incorporación de su financiamiento a la ley de presupuesto.
Sin embargo, aún no se ha avanzado lo suficiente en mejorar la disponibilidad de información clara y precisa sobre la prevalencia de la dependencia en la población uruguaya, especialmente entre las personas mayores y con discapacidad. Esta problemática no es exclusiva de Uruguay y está agravada por la inexistencia de acuerdos internacionales sobre cómo medir la dependencia en la población.
La dependencia puede entenderse como la necesidad de ayuda de terceros para realizar las actividades de la vida diaria. Es un concepto distinto a discapacidad –resultado negativo de la interacción entre una condición de salud, y las barreras y facilitadores en el entorno de una persona; asociado a limitaciones funcionales en la vida diaria–, pero muchas veces son confundidos o solapados. La dependencia refiere específicamente a la necesidad de asistencia de una tercera persona para desarrollar actividades, no solamente a una dificultad para realizarlas.
La dependencia toma distintas formas en distintas poblaciones. En particular, la dependencia de las personas mayores y personas con discapacidad está condicionada por características individuales. A diferencia de niñas y niños, que necesitan ayuda en forma generalizada, no podemos saber si una persona mayor o con discapacidad es dependiente sin instrumentos específicos. En estos casos, ni la edad ni las limitaciones funcionales alcanzan para saber si hay dependencia, ya que hay muchas personas mayores o con discapacidad que no están en situación de dependencia
Por ello, es fundamental contar con estimaciones precisas de la prevalencia de la dependencia en estas poblaciones para poder evaluar las políticas desplegadas hasta el momento, proyectar las necesidades a futuro y avanzar en el diseño de nuevas y/o mejores políticas de cuidado. Además, permite aproximarnos al bienestar de la población de personas mayores y/o con discapacidad.
Prevalencia de la dependencia en personas mayores o en situación de discapacidad en Uruguay
La principal fuente de información para aproximar la situación de dependencia de adultos mayores y personas con discapacidad en Uruguay es la Encuesta Longitudinal de Protección Social (ELPS). Fue desarrollada por el BPS en dos olas, 2013 y 2015, y tiene alcance y representatividad nacional.
La ELPS indaga sobre las necesidades de ayuda para la realización de un conjunto de actividades de la vida diaria (AVD), que pueden clasificarse en: actividades básicas (comer, ir al baño, aseo personal, vestirse, cambiar y mantener la posición y desplazarse dentro del hogar), actividades instrumentales (evitar riesgos de salud, desplazarse fuera del hogar, y realizar tareas domésticas) y actividades avanzadas (participar de la vida social y comunitaria, y comunicarse y tomar decisiones). Para cada actividad, se pregunta si la persona tiene dificultades para realizarla, con qué frecuencia requiere ayuda y qué tipo de ayuda requiere –por ejemplo, orientación verbal o ayuda física–.
Aunque en la literatura hay consenso en la definición de dependencia, aún no existe un avance en cuanto a la mejor forma de medirla a nivel poblacional ni clínico. En nuestro trabajo operacionalizamos la dependencia mediante tres índices que agregan la necesidad de ayuda para realizar las AVD:
- Adaptación del baremo de dependencia utilizado por el SNIC para Uruguay propuesto por MIDES (2018), baremo;
- Indicador construido a partir de la frecuencia de necesidad de ayuda en 5 AVD básicas, basado en la propuesta de Katz (1963), AVD-K;
- Indicador construido a partir de la frecuencia de necesidad de ayuda de las 11 AVD relevadas en la ELPS, incluyendo actividades básicas, instrumentales, y avanzadas, AVD-B.
El gráfico 1 muestra la prevalencia de la dependencia para personas de 60 años o más por tramos de edad, de acuerdo a cada uno de los tres índices mencionados.[1] La prevalencia de la dependencia entre 2013 y 2015 en Uruguay oscila entre el 5 y 17% de las personas de 60 años y más, según el indicador que se utilice. Estas cifras se corresponden con las estimaciones de trabajos previos disponibles para esta población. Todos los indicadores muestran que la dependencia aumenta con la edad y que se torna especialmente prevalente entre las personas de 85 años y más.
Gráfico 1.Prevalencia de la dependencia para mayores de 60 por tramos de edad. 2013 y 2015.
Fuente: Elaboración propia en base a ELPS 2013 y 2015
Para caracterizar en mayor detalle la situación de dependencia analizamos los factores asociados, es decir, aquellas dimensiones que puedan promover o limitar la dependencia. La edad es el factor más fuertemente asociado con un mayor riesgo de dependencia. A partir de los 75 años este riesgo aumenta, y lo hace cada vez más para los siguientes tramos etarios, particularmente de los 85 en adelante. Respecto al sexo, no se encuentra un mayor riesgo asociado a ser mujer una vez que se controla por edad. La educación se asocia a un menor riesgo de dependencia, especialmente tener terciaria completa. Por otro lado, tener una o dos condiciones crónicas no está asociado a mayor riesgo de dependencia, pero tener tres o más condiciones sí.
La prevalencia de la dependencia entre las personas menores de 60 años en 2015[2] es claramente menor que la observada para las personas mayores, ubicándose por debajo del 6% en todos los casos. Al restringir a las personas con discapacidad –identificándolas a través de que declaren tener limitaciones– la prevalencia de la dependencia es mayor al 20%, superando incluso la obtenida para las personas de 60 años y más (gráfico 2).
Gráfico 2. Prevalencia de la dependencia en menores de 60. Población total y con limitaciones, 2015.
Fuente: Elaboración propia en base a ELPS 2013 y 2015
Comparación internacional de la prevalencia de la dependencia para la población mayor de 60 años
La estimación de la dependencia en Uruguay según la ELPS es relativamente baja en la comparación internacional (gráfico 3).[3] Especialmente en la primera ola, ubicándose aproximadamente 5 puntos porcentuales por debajo de las estimaciones para los demás países. En la segunda ola los resultados son similares a los obtenidos en Chile y Suiza. Con la excepción de Suecia y de Chile, en todos los países analizados la dependencia aumenta con el paso del tiempo, pero los movimientos son siempre menos pronunciados que en Uruguay.
Gráfico 3. Prevalencia de la dependencia para mayores de 60 años en países seleccionados. AVD-K.
Fuente: Elaboración propia en base a ELPS 2013 y 2015, SHARE ola 1 y 2, y CASEN 2015 y 2017.
También analizamos los factores asociados a la dependencia en todos los países considerados. En términos generales, los resultados para Chile y para los países europeos incluidos en la Survey of Health, Aging and Retirement in Europe (SHARE) resultan consistentes con los obtenidos para Uruguay. La edad es la principal variable asociada a la dependencia, mayor nivel educativo se asocia con una menor dependencia y tener más de dos condiciones crónicas se asocia a mayor dependencia. Los resultados referentes al sexo son inconsistentes y dependen del país.
Comentarios finales
Los resultados sugieren que la prevalencia de la dependencia para personas de 60 años y más estimada en la segunda ronda de la ELPS es similar a la estimada para otros países. Sin embargo, la prevalencia observada en la primera ola resulta excepcionalmente baja. La evaluación que realizan los proveedores de los datos señala que se capacitó más exhaustivamente a los encuestadores para la aplicación del módulo de dependencia en la segunda ola, lo que podría explicar una prevalencia más ajustada en esa ronda. De todos modos, en las dos olas la caracterización en términos de edad es similar a la observada en los restantes países analizados y los factores asociados tienen comportamientos ajustados a lo esperado en términos conceptuales y similares a lo observado en otros países.
Respecto a la operacionalización de la dependencia, se sugiere recurrir a medidas básicas para el seguimiento y comparación internacional de la prevalencia de la dependencia en la población, aunque estas medidas subestimen la dependencia leve y moderada. En caso de utilizar un indicador como el basado en Katz et al (1963), la economía en la cantidad de preguntas podría habilitar su inclusión en la Encuesta Continua de Hogares y en Censos, tal como se hace en Chile. Aunque no fuera con periodicidad anual, contar con estimaciones regulares de la prevalencia de la dependencia en el país sería una gran herramienta para monitorear y entender mejor este fenómeno, y poder desarrollar mejores políticas para atenderlo. Por otro lado, se podrían realizar encuestas específicas, más pequeñas y aplicadas por personal calificado, para identificar las situaciones de dependencia moderada y leve con mayor precisión, aplicando una batería de indicadores que permita una mejor identificación de la dependencia, preservando la comparabilidad con otros estudios. En cualquier caso, dada la relevancia que la dependencia tiene y tendrá en la población, parece central estudiar en detalle los instrumentos que se utilizan y utilizarán para evaluar la evolución de la prevalencia y proyectar el despliegue y sustentabilidad de políticas públicas en el mediano y largo plazo.
El documento completo se puede leer en http://www.iecon.ccee.edu.uy/dt-02-21-medicion-de-la-dependencia-en-uruguay-contexto-y-estimacion-de-la-prevalencia/publicacion/791/es/
Bibliografía
Katz (1963)
Ministerio de Desarrollo Social (2018). Construcción de baremos para valoración de dependencia. Uruguay: MIDES. Recuperado en: https://www.gub.uy/sistema-cuidados/sites/sistema-cuidados/files/documentos/publicaciones/construccion-de-baremos-para-valoracion-de-dependencia.pdf
[1]Cabe destacar que el baremo distingue entre dependencia leve, moderada y severa; mientras que los otros dos índices solamente indican dependencia sin medir severidad.
[2]En la primera ola solo se pregunta por necesidad de ayuda en AVD a las personas de 60 años y más; en la segunda se pregunta también a las personas que declaran tener alguna limitación. Por lo tanto, en la primera ola solo podemos obtener estimaciones de la dependencia para personas mayores, mientras que en la segunda podemos obtenerlas también para personas con discapacidad de todas las edades. No obstante, no podemos evaluar factores asociados en los menores de 60 porque hay pocos casos.
[3] Para la comparación internacional utilizamos el índice AVD-K para reducir la variabilidad de las estimaciones y porque las actividades básicas de la vida diaria son más homogéneas entre países. La forma de preguntar en los países europeos es distinta a la de Uruguay y Chile, entonces utilizar una medida más “dura” de dependencia nos permite reducir posibles sesgos en las comparaciones.