--Aldana Martinez, Manuela Ojeda, Selene Rodriguez
Esta entrada al blog resume un trabajo final realizado por estudiantes del curso de Historia Económica Mundial, edición 2021. En el mismo, se propuso a las y los estudiantes realizar una comparación entre la Primera y la Segunda Revolución Industrial, haciendo énfasis en aspectos como su ubicación en el espacio y en el tiempo, las industrias y las fuentes de energía que se desarrollaron en cada período, el rol de la ciencia y la innovación técnica, la organización empresarial y el papel del mercado de capitales, y las condiciones de vida y de trabajo de las clases trabajadoras.
La Primera Revolución Industrial fue un hito decisivo en la historia del mundo, ya que inauguró la era del crecimiento económico sostenido, rompiendo con el modelo de economías orgánicas atrapadas en la llamada “trampa maltusiana” (Allen, 2016). Años más tarde, la Segunda Revolución Industrial impulsó un nuevo modelo, caracterizado por las nuevas políticas y pautas industriales, los nuevos inventos y la aparición de otros sectores industriales básicos, modernizando los cambios producidos en la Primera (Comin, 2011). Puede interpretarse ambas revoluciones como partes de un “proceso perpetuo”, en el que los límites entre las mismas son difusos; sin embargo, es indiscutible que cada una tuvo sus características propias.
Ubicación en espacio y tiempo
La Primera Revolución tuvo su origen en Gran Bretaña entre 1760 y 1850 aproximadamente. A partir de 1820 comenzó a extenderse de manera gradual y dispar a países de Europa continental como Francia, Holanda y Alemania y a Estados Unidos.
La Segunda Revolución Industrial abarcó el período 1860 - 1914, extendiéndose por el resto de Europa, así como por Japón, Rusia y algunas ex colonias británicas; a la par de la SRI tuvo lugar el proceso conocido como “Primera Globalización”. Ahora el desarrollo industrial se concentraba principalmente en Europa y Estados Unidos de forma homogénea, mientras que, como plantea Comín (2010), el resto del mundo permaneció al margen, y la renta per cápita de los países africanos, asiáticos y latinoamericanos no aumentó de forma significativa.
Industrias y fuentes de energía
La Primera Revolución se caracterizó por la mecanización de los procesos de producción mediante la aplicación de la fuerza motriz, provocando el desarrollo del sistema fabril en detrimento del trabajo artesanal, imperante hasta el momento. La máquina de vapor, inventada por James Watt en 1765, y el uso del carbón como principal fuente de energía, fueron los factores fundamentales que dieron inicio a este gran cambio en los medios de producción y a un innovador régimen energético basado en el uso de combustibles fósiles.
Una de las industrias predominantes de la Primera Revolución fue la textil, que introdujo la mecanización del hilado y del tejido; destaca la invención de la máquina hiladora “Spinning Jenny”, desarrollada por James Hargreaves en 1760. Durante la Segunda Revolución las industrias con mayor desarrollo fueron las consideradas “industria pesada”, destacando, gracias a los avances tecnológicos y científicos, la química y la industria siderúrgica. Esta última, mediante la utilización del carbón como fuente de energía, permitió la fabricación de máquinas y herramientas para la agricultura, la industria y los transportes. En cuanto a fuentes de energía, a la utilización del carbón se le van a sumar el uso de petróleo y electricidad.
Durante la SRI se desarrollaron nuevas formas de transporte, reduciendo el tiempo de traslado entre ciudades y, en consecuencia, reduciendo los costes de transporte. Uno de los sectores que más progresó, de hecho, fue el de la construcción de barcos a vapor, que durante estas décadas fueron sustituyendo a los viejos veleros, modernizando la industria naval. El ferrocarril también experimentó uno de los avances más significativos; a través de las nuevas vías férreas que se iban desarrollando se podían transportar materiales, pero también productos y pasajeros.
Con este nuevo impulso industrializador, aparece la producción en masa (siendo uno de los más icónicos ejemplos la producción en serie del automóvil Ford T) y también se desarrolla fuertemente la construcción, que contribuyó en gran medida al crecimiento de las ciudades, diseñando estructuras más estables y duraderas. En este periodo, Alemania y Estados Unidos se vuelven las principales potencias industriales.
Rol de la ciencia e innovación técnica
La Primera Revolución Industrial destacó por sus innovaciones en la mecánica, mientras que durante la Segunda Revolución las innovaciones se basaron fundamentalmente en el campo científico y tecnológico (Comín, 2011).
Como planteó Hobsbawm (1982), hablar de la Primera Revolución Industrial es hablar del algodón. En 1830 la industria algodonera se convirtió en la principal industria de Gran Bretaña; el gran incentivo para su desarrollo fue la necesidad de los productores ingleses de competir con los tejidos provenientes del continente asiático que hasta el desarrollo de la hiladora mecánica eran los que lideraban el mercado mundial de tejidos.
La industria del carbón fue, también, una gran innovación técnica desarrollada por los ingenieros ingleses, que lograron aprovechar la abundancia de dicho mineral en territorio británico para generar una fuente de energía, que terminó siendo extraordinariamente barata dada la gran oferta existente en el país. Gracias a la disponibilidad de energía barata, fue viable el desarrollo y el uso de la máquina a vapor, tecnología clave para el desarrollo del ferrocarril y el transporte marítimo.
El uso de la energía eléctrica fue una de las grandes novedades de la época. Inicialmente fue utilizada como fuente de iluminación y luego fue explotada en otras industrias generando aún mayores progresos. El motor eléctrico, que suministraba energía de manera más rápida y eficiente que la máquina de vapor, la fue desplazando de las industrias en las que era utilizada, convirtiéndose en la base de la producción y la vida civil.
Por último, la Segunda Revolución también implicó un enorme desarrollo en materia de comunicaciones. El invento del telégrafo y el teléfono fue un cambio radical en las mismas, haciendo que las distancias geográficas dejaran de representar un obstáculo a la integración y al comercio.
Organización empresarial y papel del mercado de capitales
La Primera Revolución supuso la modificación de la organización y estructura de los procesos de producción - desde un sistema artesanal hacia uno fabril. Las fábricas comenzaban a extenderse en tamaño y cantidad, por ejemplo en el sector textil y el de la química (Parejo, 2010); ello implicó la ampliación de las oportunidades de negocio derivadas del crecimiento de los mercados y del cambio tecnológico, lo cual a su vez explica la incipiente relevancia de la figura del empresario - quien era responsable de la gestión del proceso de producción y la asignación de los recursos empleados. Así pues, emerge una estructura empresarial jerárquica vertical que posiciona al empresario y/o dueño del capital en la cúspide como tomador de decisiones (Parejo, 2010), y a todo el resto de los eslabones dedicados a la producción por debajo. El nuevo sistema productivo requería una eficiente combinación de capital y trabajo con el fin de lograr mayor productividad, y es justamente el empresario quien tenía las competencias para optimizar las operaciones.
Corresponde destacar, sin embargo, que a excepción de rubros como el textil algodonero y el de construcciones mecánicas, la empresa industrial en el periodo 1815 - 1870 todavía no predominaba sobre las familiares ya que se difundió de manera lenta e irregular a lo largo del territorio europeo.
Según Comin (2010), es en el marco de la Segunda Revolución Industrial que se consolida “la gran empresa industrial...que permitía aprovechar las economías crecientes de escala proporcionadas por las modernas tecnologías; se establecieron nuevos métodos de organización y gestión empresarial que permitieron utilizar eficientemente los abundantes recursos empleados en los nuevos sectores...”. La Primera Industrialización había sentado las bases para lo que luego sería la forma organizativa predominante en economías desarrolladas de Europa y América del Norte. Es preciso resaltar que dada la sólida evolución del sector industrial, se exigían cada vez más importantes inversiones en infraestructura, fuentes de energía y transporte, entre otros. Como consecuencia de esas necesidades de capital, las sociedades anónimas se impusieron como estructura dominante ya que permitían aprovechar los recursos propios de los socios y también el capital ajeno a través de la venta de acciones en el mercado de valores. Este último debió desarrollarse para poder ajustarse a los requerimientos de inversión de las nuevas empresas hasta convertirse en el núcleo de las negociaciones de “acciones y obligaciones de las sociedades anónimas, así como de los bonos públicos” (Comin, 2010).
Como señala Pérez (2004) “El papel del capital financiero es determinante para habilitar los inmensos cambios de rumbo en las inversiones requeridas en cada revolución”. Para la Primera Revolución, los sistemas financieros más desarrollados y confiables se encontraban en Holanda e Inglaterra (Bernstein, 2004), por lo que allí se dieron la mayor parte de las inversiones en infraestructura e innovación tecnológica. Mientras tanto, otros pequeños y medianos negocios se financiaban con capital familiar. Por el contrario, para la Segunda Revolución, el progreso industrial y tecnológico era internacional, dando lugar a la Primera Globalización; aumentaron significativamente los intercambios humanos y financieros transnacionales, permitiendo la difusión del comercio, integración de los mercados y la industrialización global. La inversión extranjera directa cobró especial relevancia, destacándose la inversión de capitales europeos en Asia, África y América Latina, que contaban con numerosos recursos naturales y carecían de capital. Las inversiones en el exterior hicieron posible el surgimiento de las grandes empresas multinacionales, como las estadounidenses Coca Cola, Ford y General Electric (Comin, 2010).
Condiciones de vida y trabajo de las clases trabajadoras
La Primera Revolución introdujo el uso de máquinas y la instalación de fábricas, aumentando la necesidad de mano de obra que operara los equipos. Ello implicó un rápido proceso de cambio estructural en las economías europeas, constatándose un movimiento considerable de trabajadores del sector primario hacia los sectores secundario y terciario a partir de 1750.
Ciertas actividades que antes se llevaban a cabo de forma artesanal y con esfuerzo humano o animal, ahora eran realizadas por máquinas operadas por trabajadores semicalificados que recibían una remuneración (Goos, 2013). En consecuencia, el nivel de vida de las familias aumentaba a la par del nivel de producción, resultando en el crecimiento de las sociedades, que escapaban de la trampa maltusiana (Goos, 2013). Sin embargo, las condiciones de vida y trabajo no eran adecuadas.
La oportunidad de conseguir trabajo en las fábricas condujo a muchas familias a migrar del campo a las ciudades. Según Arias (2012), este suceso resultó en serias dificultades sociales ya que las urbes no estaban preparadas para recibir tal volumen poblacional. No sólo las remuneraciones obtenidas no eran suficientes para mantener a las familias, sino que las condiciones laborales implicaban largas jornadas de trabajo (muchas veces de 16 horas), en espacios sin ventilación apropiada, sin seguridad laboral ni seguridad social en caso de accidentes; es de destacar que estas condiciones no solo eran sufridas por hombres y mujeres adultos, sino también por un gran número de niños que desempeñaban tareas en las fábricas. La densidad demográfica, que excedía la capacidad de las ciudades, provocó la aglomeración de personas en hogares y fábricas, desencadenando la rápida propagación de enfermedades, desnutrición y pobreza.
En vista de las complicaciones, se comienzan a adoptar medidas legales que protegieran a los trabajadores. Como señala Arias (2012), entre 1802 y 1870, Inglaterra y Francia fueron los países que lideraron la formalización de la salud y la seguridad ocupacional en Europa; se limitó la jornada laboral, se establecieron niveles mínimos de higiene y sanidad dentro de los espacios de trabajo, protección contra incidentes y enfermedades ocupacionales y leyes de trabajo femenino e infantil. Si bien estas reformas se establecieron también en otros puntos de Europa, el trabajo en condiciones desafortunadas continuó siendo evidente en las fábricas.
Con el transcurso de los años, los trabajadores se manifestaron para reivindicar su situación laboral, siendo uno de los más memorables ejemplos la “Revuelta de Chicago” en mayo de 1886, en pleno proceso de Segunda Revolución Industrial; esta lucha culminó con el establecimiento del derecho a la jornada laboral de ocho horas. Arias (2012) señala que a partir de la década de 1890 es que comienza a observarse a lo largo del mundo industrializado el avance de la legislación laboral y la protección de los derechos de los trabajadores, destacando a Estados Unidos como líder en materia de seguridad laboral en el periodo 1870 - 1914. Hacia fines del siglo XIX, con la presentación de las teorías de Taylor, Fayol y Weber con respecto a la organización empresarial y la ciencia de la administración, se dio un enorme impulso hacia la mejora de los ambientes laborales y la seguridad de los trabajadores (Arias, 2012).
En síntesis
Ambas revoluciones industriales fueron procesos históricos de suma relevancia para definir la estructura económica, institucional y social de las sociedades occidentales, primero, y del mundo entero después. Si bien estos procesos pueden ser estudiados por separado dado que tanto su ubicación temporal y espacial así como los acontecimientos y desarrollos principales son claramente distinguibles, no se debe rechazar la idea de comprender a las dos revoluciones como un único largo proceso que se perfecciona y moderniza con el avance del tiempo y el desarrollo de nuevas tecnologías. La Primera Revolución Industrial permitió romper con la lógica del crecimiento malthusiano que caracterizó a la historia de la humanidad hasta ese momento, y es a partir de allí que las formas de producción, comercio y estilo de vida comienzan a transformarse de manera acelerada. La Segunda Revolución se destaca por los avances en el campo de energía (petróleo, electricidad), transportes (ferrocarriles, buque a vapor) y la producción en masa.
Referencias bibliográficas
Allen, Robert. (2016). “Historia económica mundial. Una breve introducción”. Madrid, Alianza Editorial.
Arias, W. L. (2012). “Revisión histórica de la salud ocupacional y la seguridad industrial”. Revista Cubana de Salud y Trabajo.
Bernstein, W. J. (2004). “El Nacimiento de la Prosperidad”, Estados Unidos. McGraw Hill.
Comín, F. (2010), “La segunda industrialización en el marco de la primera globalización (1870-1913)”. En Comín, Francisco, Hernández, Mauro y Llopis, Enrique (eds). Historia económica mundial, siglos X-XX. Barcelona, Crítica.
Comín, F. (2011), “Historia económica mundial. De los orígenes a la actualidad”. Madrid, Alianza Editorial.
Goos, M. (2013). “Cómo está cambiando el mundo del trabajo: análisis de los datos”. Oficina Internacional del Trabajo.
Hobsbawm, E. (1982). “Industria e imperio”, Barcelona. Editorial Ariel.
Parejo, A. (2010). “La difusión de la industrialización y la emergencia de las economías capitalistas (1815-1870)”; en: Comín, Francisco, Hernández, Mauro y Llopis, Enrique (eds). Historia económica mundial, siglos X-XX. Barcelona, Crítica.
Pérez, C. (2004). Revoluciones tecnológicas y capital financiero: la dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza. México, Siglo XXI: Capítulo 2.