--Pablo Marmissolle, Maximiliano Presa[1]
La reflexión filosófica en nuestra disciplina es clave para enfrentar los desafíos de la economía real. Si bien todas las ciencias, por su estatus, ameritan un análisis meta-científico, el caso de la Economía es bastante singular: nuestra disciplina es parte de las ciencias sociales, estudia a la sociedad, pero lo hace, principalmente, con un enfoque propio de las ciencias físicas. Las y los economistas utilizamos un herramental matemático y teórico de relativa sofisticación y difícil comprensión para el común de la población, y con él buscamos dar respuesta a cuestiones que, con o sin educación superior, la gran mayoría de la población se plantea; utilizamos (aunque vale aclarar que no todas las escuelas de pensamiento) una lógica hipotético-deductiva característica de las ciencias naturales para abordar problemáticas que podrían abordarse de manera inductiva. Las y los economistas, por ser parte del objeto de estudio, estamos sujetos a un posible sesgo ideológico y/o conflicto de intereses que no es característico de las ciencias que utilizan metodologías cercanas a la Economía.
Todas estas cuestiones hacen que la reflexión en torno al objeto de estudio y a la manera en que este objeto es estudiado, no sea para nada trivial en la ciencia económica, y por esto es clave reflexionar sobre nuestra disciplina. Los debates filosóficos/metodológicos son inherentes a la Economía como Ciencia Social, y son una respuesta necesaria a los cuestionamientos a la disciplina (Maki, 2011). Si además tenemos en cuenta el “imperialismo” de la Economía incursionando en áreas de estudio propias de otras Ciencias Sociales (Fourcade et al., 2015) y que ya no queda tan claro qué puede definirse como ciencia económica y qué no, la reflexión parece más que necesaria. Como señala Reiss (2013), es cada vez más difícil identificar el core de la ciencia económica; la disciplina se ha expandido tanto y combina tantos enfoques que incluso la reflexión filosófica sobre la Economía “como un todo” parece algo inalcanzable. Teniendo en mente esto, lo que planteamos en esta nota son algunas reflexiones sobre dos puntos muy concretos de la disciplina: el individualismo metodológico y la necesidad de microfundamentos. En las próximas semanas, otras dos notas complementarán lo que aquí comentamos.
I - Una ciencia social, ¿que no estudia a la sociedad?
El individualismo metodológico
Como la mayoría de los científicos (sí, así nos autopercibimos), la mayoría de los economistas trabajamos cotidianamente con poca reflexión explícita sobre los supuestos filosóficos que subyacen a nuestra investigación; cuando estos supuestos se explicitan, suele aparecer la adhesión al “individualismo metodológico”. Aunque el término tiene diferentes significados, básicamente implica una insistencia en la importancia de los individuos y en su comportamiento intencionado para comprender cómo funcionan los fenómenos socioeconómicos. El concepto de "individualismo metodológico" no fue inventado por un filósofo sino por un reconocido economista: Joseph Schumpeter (a comienzos del siglo XX). Para Schumpeter, el término implica partir del individuo para describir ciertas relaciones económicas; no es ni un principio universal de la investigación científica social ni una regla obligatoria para todos los científicos sociales. Años más tarde, en la década de los cuarenta, los principales economistas de la Escuela Austríaca (Hayek y Mises) vincularon el concepto a su propia posición metodológica; de Hayek pasó a Popper, desembarcando así en la filosofía y en otras disciplinas.
Pero, ¿qué es el individualismo metodológico? Como señala Hodgson (2007), no hay una única definición aceptada del concepto. Típicamente, se interpreta con un significado diferente al que le dio Schumpeter en su momento. Él usó el término "individualismo sociológico" para describir la idea de que el individuo autónomo constituye la unidad última de las ciencias sociales, y que por tanto todos los fenómenos sociales se resuelven a sí mismos en decisiones y acciones de individuos y no en términos de factores supraindividuales. Este "individualismo sociológico" se acerca bastante a lo que comúnmente se describe hoy como "individualismo metodológico". Schumpeter rechazó de plano esta doctrina del individualismo sociológico por considerarla inviable como explicación completa de los fenómenos sociales, al tiempo que consideró al individualismo metodológico como una opción analítica limitada.
Hoy, la mayoría de los defensores del individualismo metodológico lo tratan como un principio universal que debe ser usado por las ciencias sociales. Entre las distintas interpretaciones posibles del término, la idea de que necesitamos "explicaciones en términos de individuos" es la más clásica, y también problemática. Cabe preguntarse, ¿las explicaciones de los fenómenos sociales deben ser sólo en términos de individuos o deben ser en términos de individuos y relaciones entre individuos? El mundo social, precisamente por ser social, debe involucrar tales relaciones. Como señaló Hayek, la sociedad no consiste sólo de individuos, sino también de interacciones entre ellos y de interacciones entre individuos y su entorno (natural y social). Partir del individuo para describir ciertas relaciones económicas no debe implicar la negación de las relaciones sociales. Las ideas del individualismo metodológico van desde versiones que implican que los fenómenos sociales se expliquen completamente en términos de individuos, hasta versiones que “solo” requieren que se expliquen en parte en términos de individuos (Hodgson, 2007). Puede parecer a simple vista un detalle menor, pero la diferencia es sustancial.
Hodgson (2007) muestra que todas las explicaciones satisfactorias y exitosas de los fenómenos sociales (y sí, los económicos son fenómenos sociales) involucran relaciones interactivas entre los individuos. Incluso cuando las explicaciones se reducen a individuos, las relaciones interactivas entre estos también están involucradas. ¿Por qué? Básicamente porque no vivimos en una burbuja; la elección individual requiere siempre de un marco conceptual que le dé sentido al mundo. Ese marco conceptual, ese sistema cognitivo, implica haber pasado por un proceso de socialización, proceso en el que necesariamente hay interacciones con otras personas. Como individuos, comprendemos el mundo de determinada manera gracias a las interacciones sociales. Éstas ocurren en un entorno influenciado por las instituciones, que, a su vez, son determinadas por el propio comportamiento social. La elección individual es imposible sin estas instituciones e interacciones. En otras palabras: el individualismo metodológico “estricto”, tiene un problema: los intentos de explicar cada capa emergente de instituciones sociales siempre se basan en instituciones y reglas previas; y si se admite la influencia de las instituciones sobre los individuos, hay que explicar también de dónde salen esas instituciones. Analizando los fenómenos sociales, nunca llegaremos a un punto final donde haya sólo individuos aislados “libres de instituciones”. Si seguimos un individualismo metodológico estricto, entramos en un círculo en el que las acciones de los agentes podrían entonces explicarse en parte por factores institucionales, que a su vez se explican en parte por las acciones de otros individuos, y así sucesivamente, de manera indefinida. Enfoques basados en microfundamentos, que pretendan comenzar el análisis desde los individuos, deben hacerlo desde los individuos y, en simultáneo, las instituciones. En síntesis: no es posible explicar el surgimiento de instituciones sobre la base de individuos y nada más, básicamente porque no hay manera de conceptualizar el estado inicial de la naturaleza a partir del cual se supone que emergen las instituciones (Hodgson, 2007).
Por otro lado, la versión más amplia del concepto de individualismo metodológico, donde se supone que las explicaciones deben ser en términos de individuos y de relaciones entre ellos, es equivalente a decir que las explicaciones de los fenómenos sociales deben ser tanto en términos de individuos como de estructuras sociales. Esto, entendemos, no tiene nada de malo; pero si es así, ¿por qué decirle individualismo metodológico? En última instancia, las estructuras sociales y los individuos tienen la misma relevancia como elementos de la explicación, y no son independientes entre sí. Visto que no tiene mucho sentido reducir el análisis de los fenómenos sociales al estudio del comportamiento de cada individuo de forma aislada, ¿utilizar microfundamentos da mayor validez a los argumentos cuando estudiamos la economía a nivel agregado?
Los Microfundamentos
King (2012) define al ‘dogma de los microfundamentos’ como la afirmación de que todas las proposiciones en macroeconomía pueden reducirse a proposiciones microeconómicas, es decir, a declaraciones sobre el comportamiento individual de los agentes. Este dogma, vale la pena resaltar, no es nada raro en la macroeconomía moderna. Desde la década de los ochenta, economistas mainstream y heterodoxos han apelado a los microfundamentos como señal de rigurosidad de sus teorías. Como apunta King (2012), en los albores del nuevo siglo, era costumbre que los presentadores de seminarios y los autores se disculparan con su audiencia, o con sus lectores, si no habían proporcionado microfundamentos explícitos para sus teorías macroeconómicas, investigaciones empíricas o prescripciones de políticas. El filósofo Alan Nelson reconoció a la doctrina de los micro-fundamentos como un ejemplo de micro-reducción, concluyendo que era muy poco probable que el proyecto tuviera éxito: había muchos precedentes de su fracaso, ya que los debates sobre la posibilidad de reducir una ciencia a otra comenzaron en la antigüedad clásica. En cierto sentido, este piramidismo científico adolece de dos cuestiones: la falacia de composición y la causalidad descendente (King, 2012).
Con un ejemplo el planteo puede ser más sencillo. ¿Qué es un auto? ¿Cuáles son sus propiedades? Podemos conocer todas las piezas del auto, pero es imposible inferir las propiedades de un vehículo a partir del conocimiento (por completo que sea) de todas sus partes: el auto tiene una importancia social, económica, cultural. Negar esto implica, según King (2012), una falacia de composición. Pensémoslo así: cambios culturales, económicos, ambientales y sociales afectan directamente al auto en tanto máquina, y afectan también a sus distintas piezas. La causalidad, en este caso, va desde las unidades más grandes a las más pequeñas (es descendente), y no solo de abajo hacia arriba. Podemos saber absolutamente todo sobre las piezas, pero esto no nos permitiría explicar el significado social, económico y cultural del auto.
Volviendo a lo estrictamente económico, podemos decir que los principios anti-reduccionistas de la falacia de la composición y la causalidad descendente tienen una relación muy directa con la cuestión de si necesitamos o no microfundamentos cuando estudiamos la economía a nivel agregado. Como señala King (2012), el dogma de los microfundamentos es un claro ejemplo de la falacia de la composición: algo que es verdadero y válido para un agente considerado individualmente puede no serlo cuando miramos al conjunto de individuos. Sobran ejemplos de esto en nuestra disciplina.
De todas formas, lo anterior no quiere decir que haya que eliminar los microfundamentos de la macro y, además, imponer macrofundamentos para la micro. Hacerlo, llevaría al mismo problema en última instancia. Lo importante es que las teorías económicas, sean micro o macro, tengan bases sociales. Las teorías económicas, más que microfundamentos, precisan fundamentos sociales (King, 2012). Por supuesto, estos fundamentos sociales distan mucho de elucubraciones teóricas tan alejadas de la realidad como el agente representativo, que como demuestra Kirman (1992), no representa a la sociedad como tal. Apostar a los microfundamentos y negar la necesidad de fundamentos sociales implica no solo una mala teoría macroeconómica, sino también muy malas políticas económicas.
A esta altura, muchos lectores posiblemente estén pensando en uno de los principales pilares de los microfundamentos en macroeconomía: superar la crítica de Lucas. La idea básicamente consiste en que los modelos macroeconómicos deben basarse en parámetros estructurales que reflejen las reglas fundamentales e inmutables del comportamiento individual y, por lo tanto, no cambien cuando cambie la política macroeconómica. Estos microfundamentos garantizarían que los modelos puedan utilizarse para realizar predicciones sólidas de los efectos de las políticas macroeconómicas. Con esta lógica, los modelos macro que no tengan microfundamentos no serían útiles, dado que no podrían generar predicciones que superen la crítica de Lucas.
Al respecto, vale la pena señalar el planteo de Storm (2021): el requisito de que los modelos macroeconómicos deban superar la crítica de Lucas es, en cierto modo, una falacia. Hay dos formas de interpretar a la crítica de Lucas: (i) verla como una afirmación positiva (en el sentido de la “Economía Positiva”) sobre la aplicación de un modelo, es decir, tomarla como una crítica a los modelos utilizados para realizar análisis contrafácticos fuera de la muestra, o (ii) interpretarla no de manera positiva sino prescriptiva, como una norma metodológica “purista”, un absoluto teórico (en el sentido de la “Economía Normativa”).
Respecto a (i), Storm (2021) sostiene que, si bien no hacer lugar a la crítica de Lucas entraña un riesgo, son muy pocos los cambios en la formulación de políticas pasibles de generar estas modificaciones. La evidencia empírica ha mostrado que el impacto de los cambios en las políticas sobre los parámetros de los modelos macro es, generalmente, insignificante. Por otro lado, los modelos dinámicos estocásticos de equilibrio general (DSGE, por su sigla en inglés) microfundados tampoco superan generalmente a la crítica de Lucas (autoimpuesta).
En cuanto a (ii), puede señalarse que es la postura que se ha adoptado en los modelos DSGE, defendidos por la macroeconomía ortodoxa. De acuerdo a Storm (2021), el razonamiento detrás de este planteo es tautológico, es decir, circular, ya que, en el fondo, los microfundamentos del modelo de los que resultaron los parámetros estimados siempre son potencialmente afectables por las políticas. Ante esto, ha habido en los últimos años esfuerzos significativos para identificar microfundamentos más "profundos" para los modelos DSGE, pero en el fondo, estos siempre podrían criticarse a partir del planteo de Lucas. Ante este “callejón sin salida”, Storm (2021) argumenta que en realidad los parámetros estimados en un modelo cambian y evolucionan continuamente y, además, es imposible predecir el futuro sin modificarlo; en el fondo, los modelos robustos a la crítica de Lucas no existen, las reglas de comportamiento de individuos o grupos de individuos (como las clases sociales) siempre se verán afectados por los cambios en las políticas implementadas.
Podríamos concluir que no es recomendable que la macroeconomía insista en que los modelos sean robustos a la crítica de Lucas. Lo que al fin y al cabo tampoco sería un problema dado que el impacto de los cambios políticos sobre los parámetros de los modelos macro son, generalmente, insignificantes. Quizá la clave está en tener cautela a la hora de extraer de un modelo conclusiones y recomendaciones de política.
¿Y entonces, qué?
Hasta aquí, hemos mostrado un conjunto de cuestionamientos que se le realizan a la corriente actualmente dominante en Economía. Estos se centran en el énfasis realizado en el comportamiento individual como explicación última del objeto de estudio de la Economía, el cual aparece desprovisto de un rico conjunto de interrelaciones y un entorno que reflejen más fielmente a la realidad. En próximas entradas en este blog, trataremos de poner sobre la mesa algunas alternativas a este paradigma, y también traeremos al frente cuestiones relativas al objeto (qué se estudia) y al método (cómo se estudia) de nuestra disciplina. Con esto pretendemos problematizar algunas cuestiones que nos parecen clave para nuestra disciplina y discutir, como comunidad académica, ciertos aspectos que hacen a la práctica diaria de los y las economistas, sin importar su área de desempeño.
Bibliografía
Fourcade, M; E. Ollion y Y. Algan (2015) La superioridad de los economistas. Revista de Economía Institucional, 17(33), 13-43.
Hodgson, G. (2007) Meanings of methodological individualism. Journal of Economic Methodology, 14(2), 211-226.
King, J. E. (2012) The microfoundations delusion: metaphor and dogma in the history of macroeconomics. Edward Elgar Publishing.
Kirman, A. P. (1992) Whom or what does the representative individual represent? Journal of Economic Perspectives, 6(2), 117-136.
Maki, U. (2011) Filosofía y metodología de la economía. Documento 104 de la serie Temas de Teoría Económica y su Método 2. Cátedra Bolívar, Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Santiago de Compostela.
Reiss, J. (2013) Philosophy of economics: A contemporary introduction. Routledge.
Storm, S. (2021) Cordon of Conformity: Why DSGE Models Are Not the Future of Macroeconomics International Journal of Political Economy, 50(2), 77-98
[1] Agradecemos la lectura y comentarios recibidos por parte de Carlos Bianchi y María Inés Moraes.