EL SESGO DEL IPC COMO INDICADOR DEL COSTO DE VIDA I[1]
Una medición para Uruguay en base a curvas de Engel
Mario Davrieux
Introducción
La elaboración de índices de precios tiene especial relevancia. Estos índices se utilizan para deflactar las cifras nominales, lo que permite medir en términos reales la evolución en el tiempo de las variables económicas. De existir un sesgo significativo en la medición de la inflación por parte de estos índices, el mismo se trasladará a las variables reales, por lo que la evolución de la economía, el impacto de las reformas económicas e incluso algunas teorías sobre las interrelaciones entre el dinero, el crecimiento y la inflación podrían ser cuestionados. Algunos autores (e. g. Camba-Mendez 2003, Schmitt-Grohe y Uribe 2012) argumentan que la existencia de ese sesgo debe ser tenido en cuenta de manera explícita por parte de la autoridad monetaria en las metas de inflación. Las implicancias de esta recomendación en el actual contexto inflacionario mundial, en particular para un país con inflación persistente relativamente elevada y una economía altamente indexada como Uruguay son al menos provocadoras.
Probablemente el deflactor de precios más importante es el Índice de Precios al Consumidor (en adelante IPC). De hecho, cuando se hace referencia a “cuánto es la inflación” se alude al aumento registrado por el IPC en el período en cuestión. En Uruguay el IPC se utiliza como referencia en las negociaciones salariales, para ajustar prestaciones de la seguridad social, impuestos, tarifas, alquileres, pago de intereses, precios de bonos, y para establecer objetivos y guiar decisiones de política monetaria. No es exagerado afirmar que el IPC “construye a la realidad”.
En esta nota delinearemos el problema de la estimación del cambio en el costo de vida por medio de índices de precios, las fuentes de sesgo inherentes a la metodología empleada para el cálculo del IPC y algunas estimaciones de su sesgo consideradas como referentes. La siguiente nota la dedicaremos al trabajo empírico realizado, las hipótesis testeadas, la metodología empleada, los datos utilizados y los resultados de las mediciones del sesgo para Uruguay.
El IPC es un Índice tipo Laspeyres[2], los cuales, por su metodología de construcción poseen a un conjunto de sesgos bien conocidos. Los índices de precios de Laspeyres tienen ponderaciones de cantidad fija para diferentes grupos de productos basadas en patrones de gasto observados en un período base. Esta canasta fija del IPC no refleja la sustitución que hacen los consumidores ante cambios en los precios relativos. Los IPC también tienen problemas para recoger la sustitución entre puntos de venta, las mejoras en la calidad de los productos y la introducción de nuevos productos.
En resumen, el problema básico es que el IPC, por su metodología de construcción, mide el aumento en el costo de una canasta de bienes fija en el transcurso del tiempo para estimar el aumento real no observado en el costo de vida, el cual estará influido por las cambiantes condiciones económicas y el comportamiento de los consumidores ante estos cambios.
La mayor parte de los estudios empíricos a nivel internacional confirman la existencia de un sesgo positivo, por lo que existe cierto consenso de que el IPC exagera el verdadero aumento del costo de vida. A pesar de ello, el IPC continúa siendo calculado con la misma metodología por cuestiones prácticas. Para su cómputo se siguen las recomendaciones de la OIT y otros organismos internacionales contenidas en el “Manual del Índice de Precios al Consumidor, Teoría y Práctica”, el cual constituye un estándar internacional en la materia. La recomendación para mitigar el problema de la canasta fija es actualizarla con mayor frecuencia, lo que no resuelve el problema durante la utilización de la misma base, ni tampoco corrige hacia atrás el error cometido, el que se seguirá acumulando. En tal sentido, aunque el sesgo en que se incurre en un período sea pequeño, sus efectos acumulados pueden resultar sustanciales a largo plazo. En Uruguay el cambio de base se realiza aproximadamente cada diez años.
El costo de vida y los índices de precios
Los índices de precios al consumidor y los índices de costo de vida se construyen sobre dos marcos conceptuales diferentes. Ante un cambio de precios, un índice de precios al consumidor mide el cambio en el costo de comprar una determinada canasta de bienes y servicios de consumo. En cambio, ante una variación de precios, un índice del costo de vida (ICV) mide el cambio en el gasto mínimo necesario para mantener cierto estándar de vida o nivel de utilidad (utilidad del período base). El ICV asume que los consumidores maximizan su utilidad y por tanto las cantidades de los bienes y servicios demandadas varían como respuesta a los cambios en los precios[3]. Su construcción, que se remonta a los trabajos pioneros de Konüs (1924), se apoya en la teoría de la elección racional del consumidor[4]. Este aumento del costo de vida es inobservable, por lo que en su lugar se estima la inflación a través de índices de precios que miden el aumento del costo de una canasta dada a través del tiempo.
Cabe hacer la precisión que el concepto “observable” en la ciencia alude a lo que es confiablemente medible. Como afirma Reiss (2013) “los cambios en el nivel general de precios son a lo sumo observables en el sentido del economista pero no en el sentido ordinario de la palabra. Usando nada más que los ojos, se puede ver la etiqueta de un precio individual pero no la tasa promedio de los cambios de precios de toda una economía.” Los precios individuales son susceptibles de una medición inmediata y constituyen los datos, pero se deben hacer muchos supuestos y una construcción considerable para inferir el valor de la inflación a partir de ellos. La diferencia para considerar a la inflación como observable y el verdadero costo de vida como inobservable radica en que en el primer caso los supuestos requeridos no incluyen ninguna teoría económica específica.
La fórmula de cálculo de un índice de precios de Laspeyres es la siguiente:
Donde IPt es el valor del índice de precios en el momento t, pit y pi0 son el precio del bien i en el momento t y en el momento 0 respectivamente, qi0 es la cantidad del bien i en el momento 0 y αi es la ponderación que tiene el bien i en el índice. Para el caso de la fórmula de Laspeyres, αi es la proporción del gasto en el bien i en el período base (período 0). En la medida que los consumidores sustituyan a los bienes que se han vuelto más caros por aquellos que se abarataron, un índice de Laspeyres pondera en exceso a los bienes que se encarecen y exagera la inflación.[5]
Otra cuestión teórica es el propósito de la medición. La inflación no afecta a todos por igual y la adecuación de un índice debe ser evaluada en función del propósito para el que se utiliza. El IPC refleja el comportamiento del gasto agregado, lo que parece apropiado para guiar los objetivos de inflación de la política monetaria, pero no así para otros fines.[6]. Si la medición de un índice tiene el fin de ajustar jubilaciones, prestaciones de seguridad social o deudas para compensar los cambios en el costo de vida a jubilados, receptores de estas prestaciones y deudores, es el cambio en su presupuesto específico el que en teoría debiera considerarse. En otras palabras, el sesgo de medición del IPC dependerá de qué se pretende medir.
En definitiva, la elección de la metodología de Laspeyres para construir el IPC se debe en gran medida a una cuestión de costos: la dificultad práctica de recopilar información sobre las cantidades consumidas con la misma frecuencia que los precios. Sin embargo, con la creciente difusión de adelantos tecnológicos en los métodos de registración que también permiten obtener cantidades, como el uso del código de barras y la facturación en red, varios autores consideran que esta metodología debería ser modificada (e.g. Hausman, 2003). Adicionalmente, otros adelantados también relacionados con la big-data, como el web scraping (obtención automatizada de información desde páginas web dedicadas al comercio electrónico) tienden a modificar los procedimientos de muestreo tradicionales y los costos de recopilación de la evolución de los precios.
Como fuera mencionado, el sesgo por sustitución se debe a que la canasta fija no tiene en cuenta que el consumidor tenderá a utilizar menos de los productos más caros y más de los que se han abaratados relativamente. De manera similar, el IPC tampoco refleja las diferencias en los precios del mismo producto comprado en distintos puntos de venta si los canales de venta cambian con el tiempo, lo que da lugar al sesgo de sustitución por punto de venta o expendio. Al computar el aumento de precios registrado en las mismas tiendas tradicionales, el índice no contempla la variación de los precios debido a los cambios en los lugares donde los consumidores adquieren sus productos.
Otro posible sesgo se deriva del cambio en la calidad de los bienes y servicios. Esto surge cuando los bienes de consumo experimentan cambios en sus características a lo largo del tiempo que no son debidamente tratados en el IPC. La mejora global de la calidad no determina a priori el signo sesgo ya que se debe tener en cuenta el tipo de ajuste por calidad que se realiza en el propio IPC. La cuestión es si el método elegido para el ajuste por calidad sobreestima o subestima la calidad relativa de los artículos de reemplazo en la muestra del IPC.
El sesgo de nuevos productos surge del rezago en la introducción de bienes y servicios nuevos en la canasta del IPC. Los nuevos productos generan sesgo por dos motivos. La demora en introducirlos en el IPC deriva en un sesgo positivo si estos productos experimentan más tarde importantes reducciones en sus precios que no se reflejan en el índice. El segundo motivo es el aumento de bienestar que experimentan los consumidores cuando aparece un nuevo producto que pueden reemplazar a otros que los precedieron, como los reproductores mp3 a los discos compactos y los cassettes, variedades de productos que amplían el rango de elección del consumidor, como cervezas artesanales; o productos que representan categorías totalmente nuevas de consumo como los teléfonos móviles. Su sesgo se estima principalmente mediante la generalización a partir de evidencia de productos individuales, midiendo el cambio de precio de un producto durante un período anterior a su ingreso en la muestra del IPC. Existe consenso en que el sesgo por cada uno de estos motivos es positivo (OIT et al., 2006).
La primera estimación concreta del sesgo del IPC para medir la inflación la realiza la Comisión Boskin (1996) en los Estados Unidos. Su informe concluye que en conjunto el IPC exageró la tasa de inflación real en aproximadamente un 1,1 % en el año 1996, con un rango plausible entre 0.8% y 1.6% y en 1.3% anual en los años previos. La aproximación metodológica de la Comisión, que supuso una tarea considerable, fue identificar las distintas fuentes de sesgo y calcular el sesgo atribuible a cada una de ellas en base a distintas técnicas- regresiones hedónicas, extrapolaciones de series e imputaciones- en función del grupo de producto considerado. Este trabajo y sus conclusiones constituyen un punto de referencia para la posterior investigación sobre este tema, mediciones subsiguientes del sesgo del IPC en países desarrollados y de baja inflación utilizaron este enfoque y encontraron una sobreestimación similar.
En la siguiente nota presentaremos la medición del sesgo del IPC como indicador del costo de vida de los hogares uruguayos. Para ello se utiliza un método basado en la estimación de curvas de Engel propuesto por Hamilton (2001) que brinda un enfoque integral para evaluar conjuntamente los potenciales sesgos del IPC. A manera de adelanto, se constata que el IPC sobreestima la inflación, una relación positiva entre la magnitud del sesgo y la tasa de inflación, y que hogares con diferentes niveles de ingresos enfrentan distintos aumentos en su costo de vida.
Referencias bibliográficas
Boskin, M. J., Dulberger, E. R., Gordon R. J., Griliches, Z. and Jorgenson, D., 1998. “Consumer Prices, the Consumer Price Index, and the Cost of Living.” The Journal of Economic Perspectives, 12(1): 3-26.
Camba-Mendez, G., 2003. “The definition of price stability: choosing a price measure.” Issing, O. (Ed.), Background Studies for the ECBs Evaluation of its Monetary Policy Strategy, European Central Bank, pp. 31–42.
Hausman, J., 2003. "Sources of bias and solutions to bias in the consumer price index." the Journal of Economic perspectives, 17(1): 23-44.
Instituto Nacional de Estadística, 2020. Encuesta Nacional de Gastos e Ingresos 2016-2017. Metodología y Resultados. República Oriental del Uruguay. Instituto Nacional de Estadística. Montevideo-Uruguay.
OIT, 2006. “Manual del índice de precios al consumidor. Teoría y práctica” OIT / FMI / OCDE / Oficina Estadística de las Comunidades Europeas / Organización de las Naciones Unidas / Banco Mundial.
Reiss J., 2013. “Introduction to the Philosophy of Economics”, Routledge.
Schmitt-Grohe, S and Uribe, M., 2012. “On Quality Bias and Inflation Targets'' Journal of Monetary Economics, 59:393–400.
[1] *Estas notas se basan en la tesis presentada al Programa de Maestría en Economía de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de la República. Agradezco a mi Director de tesis el Dr Marcelo Perera por sus valiosos aportes y a mi Director Académico Dr. Diego Aboal por su apoyo.
[2] En rigor, esto no es correcto. El IPC no es un índice de Laspeyres para el caso de Uruguay porque el período en que toma la canasta de cantidades (el año en que se realiza la Encuesta de hogares) no coincide con el período de referencia de los precios (mes de la base). Por simplicidad dejaremos de lado esta sutileza.
[3] Un ICV también asume que las preferencias permanecen constantes.
[4] Se dejan de lado consideraciones relevantes para el costo de vida como la hipótesis del ingreso relativo.
[5] En rigor, esto no es necesariamente cierto. Si las preferencias cambian (se da un aumento de la demanda), o si inicialmente existen controles de precios y escasez, se pueden dar aumentos simultáneos de precios y de cantidades consumidas, y la relación se invierte.
[6] Como la ponderación de los hogares es proporcional a su gasto, los hogares de mayores ingresos tienen mayor representación en el índice, motivo por el cual se lo denomina “índice plutocrático” (de ricos). En Uruguay el hogar representativo del IPC se ubica en el cuartil más alto de la distribución de ingresos