¨M´hija, ¿querés volver a Uruguay? ¨ Con estas palabras sin preámbulo alguno conocí a Octavio Rodríguez. Me llamaba por teléfono desde Montevideo; y yo, desde mi tranquila vida parisina, sin penas y sin glorias, lo escuché perpleja por la sorprendente propuesta del que hasta ese momento sólo conocía por ser el autor del libro ¨La teoría del subdesarrollo de la CEPAL¨.
El programa para el retorno de científicos jóvenes de la CSIC me seleccionó unos meses después para trabajar en la nueva aventura de Octavio: la creación del área de Desarrollo Económico del Uruguay en el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración.
Octavio escrutó con su rigurosidad cepalina las nuevas teorías evolucionistas del cambio económico que yo traía del Norte, en boga en esa segunda mitad de los años noventa. Finalmente pasaron las pruebas octavianas, pero no puedo decir que fue fácil porque nos obligó a comparar meticulosamente la visión del progreso técnico de la CEPAL de los años 1950, que él conocía bien, con estos nuevos enfoques de la innovación tecnológica. De ese trabajo escribimos un artículo ¨CEPAL: viejas y nuevas ideas¨.
Junto con Adela Hounie y Oscar Burgueño conformamos el núcleo duro del área que dirigió Octavio hasta el cambio de siglo. Hicieron aportes al trabajo del equipo en muchas ocasiones César Failache, Gabriel Porcile, Luis Bértola y Andrea Vigorito.
Con ese equipo escribimos muchos trabajos. Dimos clase en la Facultad, en el interior y en el exterior; presentamos nuestras ponencias en países de América Latina y también en Europa. Nuestro gran asombro fue descubrir una ¨pop star¨ cuando se formaba una cola de estudiantes e investigadores en el Congreso Brasileño de Economistas en Río de Janeiro para que Octavio les firmara su libro sobre la Teoría del Subdesarrollo.
Una vez volvíamos en el ómnibus de dar una clase de todo un día sobre teorías del desarrollo en el Centro Regional de Profesores (CERP) en Salto y, tras largas horas de trayecto, se dio vuelta y nos dijo a Oscar y a mí: ¨sólo esto es lo más importante¨.
Cuando dejó el Instituto de Economía seguimos trabajando con él en proyectos concretos. Escribió el libro ¨EL estructuralismo latinoamericano¨ con los aportes de una seguidilla de investigadores que, como yo, entrábamos y salíamos de su casa uno tras otro en riguroso horario preestablecido. Sólo interrumpido por los cafés, las delicias y la onda relajante que nos traía su mujer, Nenona, o la religiosa ¨hora del whisky´ que aún años después de sólo tomar gaseosas seguía respetando a rajatabla, para la felicidad de los amantes del vino.
El hilo conductor de ese libro es la unidad del estructuralismo latinoamericano por la convergencia metodológica en las distintas contribuciones que lo componen y por la presencia pertinaz de la concepción fundacional de Prebisch sobre la bipolaridad del desarrollo prevaleciente en el sistema conformado por centro y periferia. Su aporte es enorme dado que esa unidad le da una identidad mundial a la teoría económica latinoamericana generada durante los años cincuenta y las décadas posteriores.
Sin embargo, Adela Hounie rescata otra contribución de ésa época: “Hacia una renovación de la agenda del desarrollo¨; porque desde allí, dice ella, nos guía sobre el qué hacer latinoamericano en un mundo globalizado y en plena revolución tecnológica, y donde cultura y ética tienen un papel clave para jugar. Octavio creía firmemente en la posibilidad de un desarrollo mancomunado de centros y periferias latinoamericanas, tanto en el plano estrictamente económico como en el de la cooperación política e institucional. Todo ello basado en la creatividad de la cultura popular, el “amor al prójimo” y el principio de la “no violencia”.
Su sentido del humor, humor negro si los hay, era permanente. Se reía de él mismo en las situaciones más insólitas y nos alentaba a hacer de nosotros igual. Tenía esa capacidad de transformar las peores situaciones de crisis en algo cómico, cosa de distanciarse y tomar el camino menos dañino.
Octavio nos dejó esta semana, pero nos quedó mucho más de él para siempre por su intelecto, su creatividad, su amistad, su generosidad, su gran sentido del humor y su enorme cultura.
Lucía Pittaluga (Unidad Académica de Historia y Desarrollo, Departamento de Economia, FCEA, UDELAR)