-- Pablo Marmissolle, Maximiliano Presa
En febrero de 2022, la invasión militar rusa en la vecina Ucrania desató una guerra que continúa hasta el día de hoy. Las pérdidas civiles ucranianas y las bajas militares de ambas partes se acumulan, en tanto la infraestructura ucraniana está siendo destruida, muy especialmente en la zona del país más cercana a territorio ruso. Las manifestaciones del conflicto trascienden el territorio ucraniano: muchos países han expresado su rechazo a la invasión rusa en solidaridad con Ucrania, mientras que la Unión Europea y Estados Unidos han puesto en marcha un conjunto de sanciones económicas y otras medidas bélicas[1]. Tanto el costo de la guerra como las sanciones han repercutido rápidamente en la economía rusa, al tiempo que la invasión se extiende en el tiempo más de lo inicialmente programado por Rusia[2].
En 1914, otro conflicto iniciaba con características similares, escalando posteriormente al punto de incorporar a las potencias mundiales. La Gran Guerra -o Primera Guerra Mundial- tuvo consecuencias económicas que marcaron la primera mitad del siglo XX, y en cierto sentido, estas consecuencias contribuyen a explicar el origen de una nueva guerra, aún más devastadora: la Segunda Guerra Mundial.
Ilustrar el impacto económico (y social) de un fenómeno tan complejo no es sencillo, aunque vamos a intentar hacerlo a partir de la diferenciación de dos grandes tipos de consecuencias del conflicto: las consecuencias económicas de la guerra en sí misma, y las consecuencias económicas de la paz. Vamos a comenzar por las consecuencias de la guerra, aunque cabe adelantar que lo que más nos interesa destacar en este post son las consecuencias de la paz.
Consecuencias económicas de la guerra
Siguiendo al historiador económico español Xavier Tafunell (2005), podemos decir que el conflicto bélico tuvo cinco tipos de efectos económicos:
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Pérdidas de vidas y destrucción de capital humano: las bajas militares se estiman en 8.500.000 de soldados, a los que habría que agregar un número similar de incapacitados. Los civiles fallecidos se estiman en el entorno de 12.000.000 en todo el territorio europeo (sin contar Rusia, que en esos tiempos vivió otro conflicto de gran envergadura -la guerra civil-). A estas bajas “directas” le sucedieron muchísimas más como consecuencia de la guerra, destacándose los genocidios por conflictos étnicos y la pandemia de gripe española.
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Destrucción de capital físico: la guerra implicó, directamente, la destrucción de la infraestructura productiva (redes de transporte, fábricas, viviendas, etc) de muchos países, en particular de aquellos en cuyo territorio se libraron la mayor parte de las batallas. La descapitalización por falta de inversiones en mantenimiento y reposición de maquinaria durante el conflicto es otra faceta de este aspecto.
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Enormes costos financieros: los costos financieros de la guerra fueron particularmente elevados y problemáticos, entre otras cosas porque la guerra duró mucho más tiempo del que preveían inicialmente las potencias beligerantes. El conflicto se volvió una guerra total, de trincheras, en la que el objetivo era desgastar al enemigo. El costo de cuatro años de guerra total se estima en el entorno de 300.000 millones de dólares de la época. Como señala Comín (2014), en las economías de los países beligerantes el gasto del Estado acaparó entre el 30 y el 50% del producto bruto. Como consecuencia, la deuda pública en los países europeos se disparó. Buena parte de esta deuda fue colocada en el interior de cada país, aprovechando el auge del sentimiento patriótico y nacionalista de la población.
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Grandes desequilibrios comerciales y endeudamiento exterior: la reconversión de las economías europeas a lo que podríamos definir como ‘economías de guerra’ implicó la reasignación de grandes cantidades de recursos hacia sectores estratégicos para sostener el esfuerzo bélico, además de un auge de las importaciones con el consiguiente aumento del déficit comercial. Las deudas interaliadas eran muy significativas: dentro del bando ganador de la guerra, Estados Unidos se convirtió en el gran acreedor, mientras el resto de los países eran deudores.
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Reconversión de la economía internacional: la conversión de las economías europeas a ‘economías de guerra’ desequilibró la producción a escala global afectando seriamente la capacidad de recuperación y crecimiento económico de los países europeos y de países menos desarrollados. Como señala Comín (2014), la guerra consolidó la tendencia a la concentración industrial, y la crisis económica de la inmediata posguerra fomentó los acuerdos monopolísticos entre empresas para controlar la oferta. Una vez que Europa alcanzó los niveles de producción de preguerra, la sobreproducción de algunas ramas de actividad comenzó a ser un problema para la economía mundial. Para 1919, los mercados globales estaban saturados.
Consecuencias económicas de la paz
Este término fue acuñado por el reconocido economista John Maynard Keynes, quien criticó duramente las sanciones impuestas por los países vencedores de la guerra a las naciones vencidas. Los tratados de paz, firmados por el conjunto de los países vencedores con, separadamente, Alemania, Austria, Hungría, Turquía y Bulgaria, tendrían, como auguró Keynes, nefastas consecuencias a corto y largo plazo. El conjunto de sanciones impuestos a los vencidos implicarían grandes cambios en la organización territorial del viejo continente y la exigencia de altísimas reparaciones de guerra. Los países vencidos, al tiempo que fueron desmembrados, deberían enfrentar la reconstrucción de sus economías y la indemnización a los aliados; era imposible alcanzar ambos objetivos.
El mapa político de Europa y Medio Oriente se redefinió una vez terminada la guerra, y hubo cuatro grandes perdedores en materia territorial: Alemania, el Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Otomano y Rusia. En Europa aparecieron 12 nuevos países independientes. Alemania perdió el 13% de su territorio, perdiendo regiones estratégicas a manos de Francia y Polonia. El viejo imperio ruso, perdió los territorios de las actuales Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. El Imperio Austro-Húngaro desapareció, y de sus territorios se formaron Austria (reducida), Hungría (reducida), Checoslovaquia y Yugoslavia; parte del territorio pasó a manos polacas. El Imperio Otomano tuvo una suerte similar: el Estado Turco quedó reducido a su tamaño actual y perdió todos sus dominios en Medio Oriente y Arabia; su fragmentado territorio se convirtió en un polvorín hasta el presente.
Toda esta redefinición de fronteras, importante en sí misma, es clave para entender la inestabilidad política de las regiones mencionadas durante todo el siglo siguiente. Por otra parte en términos económicos, significó un enorme retroceso: en dónde antes hubo mercados nacionales integrados pasó a haber importantes barreras al comercio y a la integración. Se desintegraron mercados en tiempos en que había que reconstruir las economías luego de una costosa guerra con altas perdidas de capital humano y físico. La crisis económica era inminente.
Las reparaciones de guerra son, sin duda, el aspecto central de las consecuencias económicas de la paz. Eran exigidas a los vencidos (Alemania) por los países vencedores que debían enfrentar la reconstrucción de sus economías al tiempo que una elevada carga de deuda externa. Si Alemania no pagaba, la recuperación financiera de los aliados era, en el mejor de los casos, muy difícil. Por otra parte, las reparaciones imponían a la destrozada nación germana una carga que jamás hubiera podido enfrentar luego de la guerra. Es de destacar que no todos los aliados tenían la misma postura frente a la cuestión de las reparaciones: mientras franceses y belgas las exigían, en tanto los norteamericanos las consideraban una carga excesiva para el Estado alemán; de todas formas, Estados Unidos exigía el pago de la deuda por parte de sus aliados, por lo que, en última instancia, indirectamente presionó para que se impongan las reparaciones a los vencidos. El resultado fue que en 1921 las reparaciones a pagar por Alemania se fijaron en unos 132.000 millones de marcos oro, a pagar en 42 anualidades; esto equivalía, aproximadamente al 6% del PIB alemán de la época. Alemania no podría pagar; ante la suspensión de pagos en 1923, los ejércitos franceses y belga invadieron la región occidental (particularmente rica) del país. Ante la excesiva carga (y la pérdida de regiones claves desde el punto de vista económico), el sistema fiscal alemán quebró y la capacidad de pago de las reparaciones, pequeña de por sí, desapareció. El Estado germano acabó pagando cerca de la sexta parte de lo establecido inicialmente. Como señala Tafunell (2005, p.299), “…(es) claro que la concepción punitiva estaba abocada al fracaso por el sistema de relaciones existente entre las economías”.
La búsqueda de la estabilidad monetaria internacional una vez terminada la guerra no fue sencilla para los beligerantes. Debían, al mismo tiempo, dar estabilidad interna a sus monedas luchando contra la inflación y, por otro lado, alcanzar la estabilidad cambiaria, para lo cual se intentó volver al sistema de tipos de cambio fijos de preguerra: el patrón oro. Podrían analizarse muchos aspectos vinculados a los problemas de la estabilización monetaria (luchas contra la inflación, fallida vuelta al patrón oro, políticas monetarias contradictorias, movilidad de capitales), pero vamos a centrarnos en reseñar lo que nos parece el proceso más interesante para este post: la hiperinflación alemana.
El problema de querer ahogar al enemigo
En los primeros años de la década de 1920 fueron varios los países que perdieron totalmente el control sobre la evolución de los precios: Alemania, Austria, Hungría, Polonia y la Unión Soviética. No es casual que la hiperinflación haya afectado a estos países: como mencionamos, fueron los más afectados por las “consecuencias económicas de la paz”. El caso más paradigmático, por la dimensión que alcanzó el problema y por sus consecuencias de largo plazo, es el de la hiperinflación alemana de 1922 - 1923.
El Banco Central alemán aumentó desmedidamente la emisión de dinero para financiar el déficit fiscal, déficit que, recordemos, era enorme por la combinación de endeudamiento interno para financiar la guerra[3], los gastos de reconstrucción del país asolado por el conflicto, las pérdidas por ocupación de varios territorios estratégicos y la imposición de las reparaciones. Déficit fiscal y endeudamiento crecieron en una espiral que se retroalimentaba continuamente, y lo mismo comenzó a ocurrir al poco tiempo con la cantidad de dinero y le nivel general de precios. La monetización del déficit público fue la opción que vio el Estado para, en el contexto de reconstrucción, no recurrir a los aumentos de impuestos (políticamente inviables), Los precios llegaron a multiplicarse por más de un billón (o sea, un millón de millones); el valor de la moneda cayó a cero. La hiperinflación fue, además de un fenómeno monetario, un fenómeno político: provocó una bancarrota encubierta de la deuda interna alemana (Comín, 2014).
Este proceso de hiperinflación, además de obligar a los aliados a replantearse la cuestión de las reparaciones y llevar a que Estados Unidos apoye a Europa con el Plan Dawes, generó un gran problema, que en los años siguientes hundiría al continente europeo en un nuevo conflicto. Como cualquier proceso inflacionario, la hiperinflación alemana recayó en mayor medida sobre los sectores de la población que no podían protegerse de la pérdida del valor de la moneda a partir de inversiones en activos seguros: las clases medias y bajas vieron pulverizadas sus reservas de valor y su poder de compra. Los empresarios que tenían su patrimonio en activos reales, acciones o divisas, se vieron afectados en mucha menor medida. No es de extrañar el descontento de las clases populares con la recién creada república alemana. El descontento popular y el resentimiento hacia los países vencedores acabaron canalizándose hacia la extrema derecha y los movimientos fascistas y ultra nacionalistas. En otras palabras, los procesos de paz no solo no acabaron con las heridas abiertas por la guerra, sino que, malas políticas y crisis económica mediante, las amplificaron.
Desequilibrios estructurales, profundos cambios en los flujos comerciales a nivel internacional, nuevo contexto geopolítico, proteccionismo generalizado y menor movilidad de factores productivos (principalmente de trabajo) causaron un elevado desempleo estructural en el continente europeo durante la década de los veinte; el desempleo se agravó la década siguiente durante los años de la Gran Depresión. A falta de un liderazgo político claro, la rivalidad entre naciones se impuso a la cooperación y no se implementaron políticas monetarias, comerciales y fiscales coordinadas. Unos años más tarde, la economista británica Joan Robinson etiquetó a las políticas económicas aplicadas luego de la Primera Guerra Mundial como ‘políticas de empobrecer al vecino’; el problema para los europeos fue que estas políticas acabaron empobreciendo a los propios países que las implementaron, desintegraron la economía internacional y minaron las relaciones entre naciones. Dos décadas después de terminado el conflicto bélico, el objetivo dejó de ser el empobrecimiento del vecino: pasó a ser su destrucción.
En un mundo cada vez más globalizado, en donde grandes cantidades de información fluyen a velocidades nunca antes vistas, un escenario de guerra territorialmente localizado puede tener enormes consecuencias económicas a nivel global, además de geopolíticas. Los primeros signos de la guerra en Ucrania se manifiestan pocas semanas después de su inicio. Los más notorios han sido las subas de precios en los mercados mundiales de energías fósiles y granos, el desplome de los indicadores financieros rusos, y, por supuesto, las caídas esperadas en la producción de los países en conflicto[4]. Atender a las lecciones que nos brinda la historia puede ayudar a tratar de augurar qué dirección tomará el curso de las cosas, y principalmente, deben constituirse como un insumo indispensable de los actores políticos a la hora de tomar decisiones, para evitar situaciones ampliamente indeseadas como las sucedidas un siglo atrás.
Referencias bibliográficas
Tafunell, X. (2005). La economía internacional en los años de entreguerras (1914-1945). En Comín, F.; Hernández, M. y Llopis, E. Historia Económica Mundial, Siglos X-XX. Editorial Crítica.
Comín, F. (2014). Historia económica mundial. Alianza Editorial.
[1] Ver un detallado repaso de las sanciones económicas de la UE a la fecha, en https://elpais.com/economia/2022-03-25/todas-las-sanciones-a-rusia-de-un-vistazo-asi-actua-la-ue-para-estrangular-la-economia-de-putin.html
[2] Ver https://www.bbc.com/mundo/noticias-60815961
[3] El déficit fiscal alemán era del 10% del ingreso nacional en 1919, sin considerar todavía los pagos por reparaciones ni la perdida de ingreso por la ocupación de territorios (Comín, 2014)
[4] Ver https://www.dw.com/es/un-mes-de-guerra-en-ucrania-las-r%C3%A9plicas-econ%C3%B3micas-en-am%C3%A9rica-latina/a-61252105