La Economía: ¿una Ciencia (anti) Social? - II
--Pablo Marmissolle, Maximiliano Presa
Hace dos semanas planteamos algunas reflexiones sobre dos aspectos metodológicos muy concretos de la disciplina: el individualismo metodológico y la “necesidad” de microfundamentos para la teoría. Hemos mostrado un conjunto de cuestionamientos que se le realizan a la corriente actualmente dominante en Economía. En particular, discutimos el énfasis realizado en el comportamiento individual como explicación última del objeto de estudio de la disciplina, el cual aparece desprovisto de un rico conjunto de interrelaciones y un entorno que reflejen más fielmente a la realidad. A grandes rasgos, planteamos que no es posible explicar el surgimiento de instituciones sobre la base del comportamiento de individuos aislados y, por otro lado, que no parece razonable que la macroeconomía insista en que los modelos sean robustos a la crítica de Lucas. Además, abordamos un cuestionamiento al propio concepto de “individualismo metodológico”, en el entendido de que el estudio del comportamiento individual siempre está acompañado del estudio de la interrelación entre individuos y las estructuras sociales que este comportamiento conforma.
Corresponde preguntarse, quizás, por qué se ha insistido tanto desde la economía ortodoxa con el individualismo metodológico. Como señala Hodgson (2007), es posible que haya varios motivos. En primer lugar, puede que se tenga la idea (errónea, por cierto) de que es un componente necesario del individualismo político; esto implicaría mezclar ideología con análisis científico. En segundo lugar, quizá con mayor fundamento, puede argumentarse que la explicación en términos de componentes cada vez más pequeños (o más micro) es un objetivo clave de la ciencia. Cabe señalar, al respecto, que sobran ejemplos (en las más variadas disciplinas) que muestran que las explicaciones científicas nunca se dan en términos micro únicamente. Las explicaciones siempre implican también la consideración de relaciones interactivas. En las ciencias sociales, si se da por válida la necesidad de explicar todo en términos de microcomponentes, se acabaría en última instancia teniendo la necesidad de intentar explicar los fenómenos sociales exclusivamente en términos de partículas subatómicas elementales (Hodgson, 2007); por supuesto, una agenda reduccionista tan extrema no parece ser un camino razonable.
Continuando lo planteado en el post anterior, en esta entrada trataremos de poner sobre la mesa algunas salidas que ha tenido la Economía ante estas críticas, tanto en su corriente ortodoxa como en las corrientes heterodoxas. En otras palabras, luego de lo planteado en el anterior post, intentamos reflexionar sobre la siguiente pregunta:
¿Y entonces qué?
Davis (2003) indica que una forma de distinguir a la economía ortodoxa de la heterodoxa es según sus definiciones del concepto de “individuo”, así como la importancia adjudicada a los individuos en la ciencia económica. La primera se distingue por poner mayor peso en el individuo como ser autónomo, atomístico, mientras que la segunda reconoce al individuo como unidad de análisis pero lo incrusta en relaciones sociales y económicas. Davis utiliza los términos “internalista” para el tipo de definición de individuo de la economía ortodoxa, y “externalista” para el de la economía heterodoxa. En esta nota, en primer lugar repasamos algunos intentos de la economía ortodoxa para dar cuenta del comportamiento interpersonal en sus teorías, para luego adentrarnos en algunos desarrollos de la economía heterodoxa que nos ayudarán a entender cómo considera al individuo. Adelantamos que, según Davis, mientras la economía heterodoxa ofrece una concepción adecuada del individuo, la economía ortodoxa carece de la misma.
Una de las primeras incorporaciones de las relaciones entre individuos en la economía ortodoxa provino de la matemática: la teoría de juegos. Desde la formalización dada por Von Neumann y Morgenstern en 1944, la economía neoclásica marginalista ha utilizado su herramental y sus resultados para explicar la interacción estratégica entre agentes, con sus propias preferencias o funciones de producción, y sus propias dotaciones. En este marco, la decisión de un agente se encuentra condicionada no sólo por sus características propias, sino también por la información que tenga sobre las características de los demás agentes, y así sucesivamente para todos los agentes de un determinado entorno. Específicamente, los agentes presentan un conjunto de decisiones posibles a las cuales se les asocian “pagos”, es decir, determinado resultado que surge de tomar tal o cual acción en relación a las acciones de los demás jugadores.
La teoría de juegos resulta un avance importante en el sentido de tener en cuenta las interacciones entre individuos, logrando resultados de equilibrio que surgen de procesos que son más que la suma de las partes. Pero, ¿cómo se forma ese conocimiento de los individuos? ¿Cómo incorporar la formación de estructuras sociales vinculadas al comportamiento individual, en el sentido de Hodgson (2007)? Como indica Davis (2003), una de las respuestas que ha dado la literatura a esta última cuestión es el posible surgimiento de “estrategias evolutivas estables” como resultado de juegos repetidos. En ese proceso los agentes crean “convenciones”, que luego internalizan en sus estrategias individuales. De todas formas, como destaca Davis, la teoría de juegos no toma una concepción del individuo más allá de la atomística propia de la ortodoxia, en donde es tratado como un concepto abstracto, desprovisto de subjetividad, que solamente sigue ciertas “reglas” establecidas.
En línea con lo anterior, Davis (2003) sugiere que la única teorización alternativa del individuo surgida en la corriente dominante en Economía, desde la posguerra, es una concepción abstracta del individuo. Esta concepción se contrapone a la que considera la teoría de la elección racional, que podríamos denominar subjetivista. Resumidamente, su argumento (filosófico) plantea que podemos englobar a las caracterizaciones sobre los individuos de la economía experimental, de la racionalidad limitada, de la economía evolucionista, de la nueva economía institucional, de la economía comportamental y algunas otras recientes estrategias de investigación, dentro de la concepción abstracta del individuo proveniente de la ciencia cognitiva[1]. Esta concepción se caracteriza por “la visión de la mente como una computadora y del individuo como un sistema procesador de símbolos” (Davis, 2003: 82), que se materializa en caracterizaciones ad hoc de los individuos. La intención detrás de esta metáfora es explicitar la noción de los procesos mentales de los individuos como un conjunto de mecanismos con un alto nivel de determinación. Entender los procesos mentales de esta forma implica quitar las características más subjetivas a los individuos. También, se relaciona fuertemente con el proceso de formalización matemática en la Economía, tema que ha sido ampliamente debatido pero que aquí no profundizaremos. Esta concepción no termina de cumplir los criterios propuestos por Davis para dar cuenta adecuadamente de la individualidad y, por ende, no serían formas adecuadas de mejorar a las estrategias metodológicas basadas en microfundamentos para responder preguntas en Economía, y, en particular, en macroeconomía.
Por otro lado, la visión “heterodoxa” que expone Davis es la de incrustar (embed) el comportamiento individual en un contexto social. Davis indica que esta visión proviene de la teoría social, campo multidisciplinario surgido alrededor del último cuarto del siglo XX, que parece compartir el rechazo hacia una forma reduccionista de razonar. En este sentido, su razonamiento se enmarca en las relaciones entre agencia y estructura, o individuos y sociedad, respectivamente. La idea detrás de esta forma de razonar es que los individuos y las estructuras sociales son interdependientes e inseparables, y cada parte constituye y determina a la otra a través de prácticas sociales recursivas (Giddens, 1976, 1984 en Davis, 2003). Las corrientes en economía más recientes que Davis (2003) considera que se enmarcan en esta visión son: el institucionalismo, la economía social, el realismo crítico, el feminismo y la economía intersubjetivista[2]. En todas estas corrientes, los individuos se caracterizan por no perder su carácter de tal, y por ser seres reflexivos (y por tanto, activos).
Entre esas posiciones, ya nos hemos aproximado a la del institucionalismo[3] a través de la crítica de Hodgson al individualismo metodológico. Básicamente, el énfasis de Hodgson está puesto en la necesidad de dar cuenta no solo de la causalidad ascendente (desde los individuos hacia las instituciones) sino también de la causalidad descendente. En particular, un aspecto de la realidad humana que puede ser explicado de mejor forma que en la economía neoclásica, es el del aprendizaje. En lo que podríamos denominar como una visión (también) evolucionista, Hodgson indica que la psicología humana evoluciona a través del cambio en los hábitos y los métodos del razonamiento consciente (Davis, 2003). Este proceso es permitido, y a la vez permite, el proceso de aprendizaje[4].
¿Qué consecuencias puede tener no dar cuenta del comportamiento colectivo, sobre la política económica?
Más allá de la discusión teórica académica, el dogma de los microfundamentos es particularmente peligroso por los errores de política que conlleva. Como señala King (2012), este dogma jugó un papel muy importante en la reacción de los economistas frente al estallido de la crisis internacional de 2008. La estrategia sugerida por el mainstream de “seguir como siempre” ejerció una influencia política muy importante; la recomendación acabó en muchos países en medidas de "consolidación fiscal", donde los servicios públicos han sido recortados en nombre de la "reducción de la deuda". Esto acabó reduciendo la demanda efectiva y, a través de esta, generó un mayor desempleo e incluso mayor deuda pública.
El de la crisis de 2008 no es un caso aislado. Incluso si centramos el análisis en características estructurales del funcionamiento de las economías capitalistas el individualismo metodológico y el dogma de los microfundamentos puede llevarnos a cometer serios errores de interpretación y, en consecuencia, serios errores de política económica. La paradoja kaleckiana de los costos es un ejemplo muy claro al respecto. Los aumentos salariales son vistos por los empresarios como una mala noticia en general, dado que son un costo importante para la producción; sin embargo, a nivel agregado, el aumento de salarios puede ser muy positivo incluso para el empresariado: si la suba de salarios genera un mayor consumo de los hogares, acabará aumentando la demanda agregada y el nivel de actividad económica. En última instancia, si esto sucede, aumentarían también los beneficios a nivel agregado y a nivel de cada empresario. Este resultado no es inmediatamente obvio, no podría inferirse únicamente desde los microfundamentos; es una muestra de la existencia de una causalidad descendente, de lo macro a lo micro (King, 2012).
Cabe preguntarse, entonces, ¿siempre que aumenten los salarios mejorarán los beneficios de los empresarios? La respuesta a priori, como casi todo en Economía, es “depende”. Todo depende de los valores de los parámetros relevantes (Blecker, 2002). Dejando de lado la teoría y pasando al terreno de las investigaciones empíricas, sin embargo, la evidencia es bastante concluyente: a nivel global, redistribuir en favor de los salarios ha sido positivo para el crecimiento económico, e indirectamente también para los beneficios. En el caso concreto de Uruguay, cuando se consideran los últimos 110 años, se llega a la misma conclusión[5]. En otras palabras: es cierto que, a nivel micro y en una primera instancia, cuando aumentan los salarios se reducen los márgenes de beneficios de las empresas, pero también es cierto que a nivel agregado el efecto positivo de los salarios sobre el consumo genera mayor crecimiento y mayores beneficios (Marmissolle, 2020). La miopía de los microfundamentos no permitiría ver ni analizar estos fenómenos.
Más allá del interés académico que estas conclusiones podrían tener, ¿qué implican en términos de recomendaciones de política económica? Básicamente, que para entender el crecimiento económico (y fomentarlo, si se entiende pertinente), consideraciones sobre la distribución de ingresos y la demanda agregada son sumamente relevantes. Las políticas que busquen estimular el crecimiento deben tener en cuenta los efectos macroeconómicos (además de los micro, que por supuesto no hay que olvidar) que tendrían los aumentos (o caídas) de los salarios.
Lo anterior es un ejemplo, de muchísimos que podrían plantearse, que ilustra algo que adelantamos en la anterior entrada a este blog: apostar exclusivamente a los microfundamentos implica no solo una mala teoría macroeconómica, sino también malas políticas económicas.
En la siguiente entrada de esta serie, abordaremos algunas cuestiones relacionadas con los aspectos metodológicos de la Economía que hemos visto hasta ahora. Haremos referencia al debate sobre la existencia de un agente representativo, estrechamente relacionado con el individualismo metodológico. Luego, para seguir formando una idea de por qué consideró necesario la Economía el uso de microfundamentos, haremos un breve repaso histórico de los factores que condujeron al individualismo metodológico de la corriente dominante en Economía, lo cual se relaciona con otra pregunta más: ¿qué estudia la Economía? Es decir, ¿cuál es el objeto de estudio de la Economía? Finalizaremos esta serie de entradas brindando las principales respuestas a esta pregunta, desde un punto de vista histórico, lo cual nos ayudará a completar una imagen respecto a nuestra pregunta inicial: ¿es la Economía una ciencia (anti) social?
Bibliografía
Arrow, K. J. (1994) Methodological individualism and social knowledge. The American Economic Review, 84(2), 1-9.
Arthur, W. B. (2014) Complexity and the Economy. Oxford University Press.
Blecker, R. A. (2002) Distribution, demand and growth in neo-Kaleckian macro-models. En Setterfield, M. (2002, ed.) The Economics of Demand-Led Growth, Edward Elgar Publishing.
Davis, J. B. (2003) The theory of the individual in economics: identity and value. Routledge.
Giddens, A. (1976) Central Problems in Social Theory. Berkeley: University of California Press.
Giddens, A. (1984) The Constitution of Society, Cambridge: Policy Press.
Hodgson, G. (2007) Meanings of methodological individualism. Journal of Economic Methodology, 14(2), 211-226.
King, J. E. (2012) The microfoundations delusion: metaphor and dogma in the history of macroeconomics. Edward Elgar Publishing.
Kirman, A. (2010) Complex Economics: Individual and Collective Rationality. The Graz Schumpeter Lectures.
Marmissolle, P. (2021) “Régimen de crecimiento de la economía uruguaya. Una aproximación desde el lado de la demanda (1908 – 2017)”. Serie Documentos de Trabajo, DT 19/2021. Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y Administración, Universidad de la República, Uruguay.
[1] Davis (2011) profundiza y actualiza el estudio de la concepción de individuo que han tomado estas distintas corrientes en Economía.
[2] En este punto vale detenerse y mencionar otra visión que no aparece explícitamente en la obra de Davis, pero que podríamos considerar que tiene en cuenta lo colectivo además de lo individual: la economía de la complejidad (complexity economics). Dos importantes obras en este sentido son Kirman (2010) y Arthur (2014). Una reseña de la primera obra, publicada anteriormente en este mismo blog, puede encontrarse aquí.
[3] Este institucionalismo es distinto a la nueva economía institucional encabezada por la obra de Douglass North. Su período de mayor actividad está entre fines del siglo XIX y el período de entreguerras; su mayor exponente quizás sea Thorstein Veblen. La principal diferencia metodológica entre los dos podría estar, precisamente, en el foco puesto en el individuo y las estructuras sociales.
[4] Arrow (1994) también debate este asunto, aunque no adopta una visión evolucionista de la creación de conocimiento. Su objetivo es llamar la atención sobre las características sociales de los procesos de aprendizaje, en una época en la que tomaron especial protagonismo los modelos de crecimiento endógeno basados en microfundamentos (por ejemplo, el modelo de learning-by-doing).
[5] Un resumen (en tono de divulgación) de esta literatura puede verse en este artículo publicado en La Diaria.